Crítica de «La portuguesa»: La victoria de una mujer

Una película compuesta de largos planos estáticos, basada en un texto con doble pedigree literario (un cuento de Musil adaptado por Agustina Bessa-Luis)

Antonio Weinrichter

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Una mujer confinada en un castillo de opereta le guarda ausencia a un marido guerrero, cría un hijo, adopta un lobo, escucha cantar a la fassbinderiana Ingrid Caven (un gozoso coro griego reconvertido en solista) y encuentra otras formas de pasar el tiempo… Una película compuesta de largos planos estáticos, basada en un texto con doble pedigree literario (un cuento de Musil adaptado por Agustina Bessa-Luis) pero en la que abundan los silencios, y cuya intención parece caer más del lado de lo estético que de lo narrativo…

Asombra la libertad con la que que hacen cine en Portugal: es una potencia mundial en este terreno artístico/festivalero, por desgracia ignorado por mucho público y mucha crítica. ¿Para quién ruedan entonces? ¿Para ese público de chocolatinas de Jardiel Poncela, quien lo distinguía del público de pipas? O quizá para, glub, la propia Historia del Cine, si permiten la salida de tono, ya sé que estamos en las páginas de estrenos no en el Cultural…

«La Portuguesa» diluye mis prejuicios sobre el cine histórico porque rompe con el modelo de «verosimil» que ha acuñado dicho género: el «rigor histórico» le interesa menos que el formal. Sin grandes alharacas (no como, digamos, el Bruno Dumont que perpetra un musical sobre Juana de Arco), despliega un eficaz y bello antinaturalismo en la actuación, la composición y la duración de la imagen. Ello hace de cada plano un cuadro vivo entre el movimiento y la «stasis», una experiencia sensorial y también temporal.

Esta forma modernista de llevar a la pantalla un texto clásico constituye toda una tradición específicamente portuguesa: viene de Manoel de Oliveira, claro, y la asombrosa serie de adaptaciones de textos que siguieron a su «Amor de perdiçao». Pero Rita Azevedo ya había tentado ese modelo en su anterior «La venganza de una mujer», y en su epistolar «Correspondencias».

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