Crítica de «Midsommar»: Coros, danzas y sacrificios rituales

Solo la presencia de miss Pugh justificaría asistir al gran carnaval o guiñol que se ha montado aquí. Pero hay unas cuantas buenas escenas fuertes, formal y argumentalmente, que no vamos a destripar

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Antonio Weinrichter

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Si leen revistas o sitios online de cine, ya habrán oído hablar de la nueva moda del «folk horror», cuya máxima expresión ahora mismo es esta película tan… veraniega hasta de título. Lo de folk no es porque salgan cantautores sino porque la acción tiene lugar en lugares que, en pleno mundo (pos)moderno y como en una versión perversa de «Brigadoon», conservan ciertas costumbres folclóricas ancestrales que los coros y danzas, y aquí entra el horror, añaden otras menos encantadoras como el descuartizamiento y la quema ritual de seres humanos. Claro que si quieren quedar bien en los saraos cinéfilos, deben soltar con suficiencia que esta película no es si no un sofisticado remake de «The Wicker Man», película de 1973 que se convirtió en título de culto muchos años después.

Ari Aster, que nos dejó pasmados hace tan solo un año con su debut «Hereditary» , es un tipo listo y gran cinéfilo que cita muchas influencias a la hora de hacer la película pero no precisamente esta. No importa porque también es un cineasta considerable, aunque aquí se ha creído un poco los elogios que todos le dedicamos por su ópera prima y nos atiza una trama de combustión (ejem, chiste involuntario) demasiado lenta, hasta alcanzar casi dos horas y media de metraje. Lo más discutible es el tiempo que se toma en establecer el trauma de la protagonista (una tragedia familiar) sobre todo si se trata tan solo de justificar que decida acompañar a su novio en su viaje hacia la aldea maldita. La cosa puede ser más compleja, lo entenderán cuando vean (horas más tarde) su rostro en el enigmático plano final, sobre cuyo sentido es interesante saber que difieren Aster y la actriz. Por cierto, palabras mayores: ella es Florence Pugh, la magnífica lady Macbeth, la infeliz chica del tambor de Le Carré (en versión miniserie), una de las mejores actrices jóvenes del momento.

Solo la presencia de miss Pugh justificaría asistir al gran carnaval o guiñol que se ha montado aquí. Pero hay unas cuantas buenas escenas fuertes, formal y argumentalmente, que no vamos a destripar. Y un sentido de amenaza difuso al principio y que va creciendo de manera implacable que casi compensa esa dilatación, tan lejana al espíritu de serie B que siempre alimenta lo mejor del cine de terror, en la que incurre nuestro dotado y pretencioso cineasta.

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