Crítica de Maria by Callas: La diva sin la máscara
No trata de contar una historia redonda, desde la infancia, sino que se mueve a saltos
No hace falta rezar en el altar del templo de la ópera para caer fascinado ante este retrato de la divina María Callas . En primer lugar porque escapa de las trampas del «biopic», incluso del que maneja materiales de primera mano como es el caso. No trata de contar una historia redonda, desde la infancia, sino que se mueve a saltos, presentando sin pretender rellenar las fisuras aquellos documentos singulares (entrevistas de TV, actuaciones, cartas a las que pone voz Fanny Ardant) de que se dispone. El resultado es mucho más estimulante que una lineal biografía «novelada» al uso : los fragmentos se sostienen por la continua presencia de ese rostro de medallón maravilloso de la diva, por la seducción de oirla hablar (ya no cantar…) con ese don de lenguas.
Empezamos a mediados de los 50, cuando ya es famosa y levanta pasiones, y caudalosa indignación cuando una bronquitis le hace cancelar una función en Roma. Algunos fragmentos cantados ponen los pelos de punta, como cuando su Carmen avisa a su hombre que es peor cuando está enamorada… y su gesto nos recuerda que Callas era actriz además de cantante, aunque apenas se recuerde su formidable Medea para Pasolini. Pero la revelación no viene de esa imagen pública, ya conocida, sino de las filmaciones privadas o de paparazzis. La gran trágica de la escena revela entonces su fragilidad cotidiana en imágenes robadas, instantáneas que capturan pequeños gestos, miradas furtivas y la máscara que se ponía para enfrentarse a los demás… Y entonces también se entiende por qué su frase más repetida es «Solo soy una mujer»: una mujer, no una diva.
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