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«La llegada»: la escritura en el folio del tiempo

El filme de Villeneuve es completamente distinto a cualquier otra película de ciencia ficción y extraterrestres

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La fantasía, la conjetura, el talento y diversas artes, en especial el cine y la literatura, han moldeado de muy variadas formas ese esperado primer encuentro con seres extraterrestres que llegan a nuestro planeta. Ahora, el excelente director canadiense Denis Villeneuve lo plantea desde un interesantísimo ángulo que trasciende los conceptos habituales que se manejan en estas ficciones, como los de «conquista», «miedo», «guerra», «conocimiento», «intercambio» o «futuro»…

Naturalmente, Villeneuve no renuncia a que todas estas ideas empapen la historia que nos cuenta, y el mundo se siente inquieto, temeroso, expectante y con voluntad de entendimiento ante esas enormes naves que han aparcado en varios lugares de la Tierra y sencillamente esperan… ¿esperan qué?... En cuerpo y alma, la película se comporta a nuestros ojos como algunas de esas obras mayores de ciencia ficción, las firmadas por Kubrick, Spielberg, Ridley Scott, Nolan…, y ante esos mismos ojos cambia lo que es la mera intriga extraterrestre hacia otra absolutamente dramática, íntima y terrenal, otorgándole al lenguaje un poder mayúsculo y mareante, imposible de valorar en nuestra rudimentaria dimensión temporal tan enfocada en una dirección como una escalera mecánica.

Tras un preámbulo (aparentemente presente) de la experta lingüista que interpreta Amy Adams vive una tragedia familiar, y comienza el nudo a desanudar el tiempo: ella, Amy Adams, es la elegida para intentar un contacto con esas naves recién llegadas, desentrañar su lenguaje y enviarles a su vez otro sobre cuáles son sus intenciones con la Tierra…, puro cine de extraterrestres: miedo a la conquista, intriga a lo desconocido e ininteligible, ánimo de conocer e intercambiar preguntas y respuestas.

La puesta en escena, la imagen, la música, el suspense que acompaña a esos primeros momentos de contacto, que son intensos, eléctricos y agotadores, aunque el punto más alto de intensidad y suspense no se alcanza en ese terreno de «lo extraterrestre», sino en el de «lo lingüístico», cuando la comunicación con ellos adquiere parámetros tan fáciles de entender como difíciles de asumir: se comunican mediante círculos humeantes que expelen, un lenguaje de signos que anuncian tanto lo que ha ocurrido como lo que va a ocurrir: la escalera mecánica de su tiempo no funciona como la nuestra.

En el fondo, la película de Villeneuve propone un mensaje casi bíblico: lo sagrado de las palabras, esa especie de determinismo mediante el cual el ser humano se evade, dentro de sus posibilidades, de la autoría de sí mismo…, el recurso de «estaba escrito». Y ahí es donde la película de Villeneuve resulta mareante, asombrosa y un punto más exigente con la emoción del espectador que con su razón: nos obliga a sentir el dilema de la humanísima Amy Adams, que entiende y acepta el valor sagrado de las palabras y afronta vivir lo que está escrito con plena consciencia, es decir, lo que hace cualquier ser humano con pleno desconocimiento.

«La llegada» es visualmente muy eficaz, sin necesidad de recurrir a la borrachera de imagen, de espectáculo, ni de músicas. Hipnotiza casi con sencillez y tranquilidad. Y en cuanto a su estructura, a su modo de contar una historia, aunque siempre nos llega desde el punto de vista del personaje interpretado por Amy Adams, parece conectado en cierto modo a la perspectiva «extraterrestre», en el sentido circular, no lineal, del tiempo, en una fusión muy emocionante de efectos y causas, de anticipación y recuerdo, y deja la extrema sensación de que hemos asistido, más que a una historia de contacto con seres de otro planeta, a una complejísima y eludida (simulada, al menos) historia de amor. Y de esta forma, y a pesar de la evidente «fabricación» de los sentimientos que tiene que producir, y produce, «La llegada» es completamente distinta a cualquier otra película de ciencia ficción y extraterrestres, incluidas la docena larga de obras maestras que se han hecho.

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