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La Bella y la Bestia

La Bella y la Bestia (***): Disney no la hubiera dibujado mejor

La película, en su modestia intelectual, es vistosa y útil al menos para ese grumo de las primeras impresiones

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Esta historia de orígenes remotos, versiones en todos los idiomas y culturas, e interpretaciones de todo tipo y pelaje, ha sido vista por el cine esencialmente de dos modos, en el que la miró Jean Cocteau en su hermosa y poética película con Jean Marais y Jossete Day como protagonistas, y como la miró Disney de forma animada y musical, y es esta última la que alienta la película de Bill Condon, que combina la animación, la imagen real, la misma música y similar espíritu, y de una forma atractiva, entretenida y romántica.

No hay, pues, grandes sorpresas, salvo que Emma Watson le proporciona al personaje de Bella el mismo virginal encanto o más que el trazo de Disney; no se puede decir lo mismo de Luke Evans, que encarna a un Gastón algo menos insoportable que el inventado y dibujado.

Tal y como ocurre en la interpretación del cuento en la visión Disney, se diluyen parte de sus connotaciones sexuales y sociales, centrándose en la idea de «la belleza interior», aunque es el punto evidentemente más flojo de la historia original, pues tanto se dice, se canta y se siente que lo importante y lo bello está más adentro de la apariencia, que luego, en su desenlace, sorprende que la historia desemboque justo en lo contrario: la Bestia se vuelve «bella» por fuera. Tal vez no le ocurra a todo el mundo, pero uno siempre se queda con la impresión de que Bella, al ver transformarse a la estupenda y sensible Bestia en un príncipe cursilón y blandorro no proteste airadamente a los autores del cuento: «¡Pero, esto qué es!..., ¿todo este camino recorrido para adecuar mi canon y que ahora me lo convirtáis en esto?».

Pero, la película, en su modestia intelectual, es vistosa y útil al menos para ese grumo de las primeras impresiones, con sus subrayados sobre el amor paterno filial, su humor de cachivaches animados, su lectura romántica, su musculatura gótica y sus regalos musicales para el oído.

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