Crítica de «Jesús»: Marcelino, maki y sake
La intención o el sentido de esta fábula es tan inescrutable como el rostro de su protagonista; salvo por la oportuna moraleja de que el amigo invisible no está para servir de milagrero
Ficha completa
Esta ópera prima premiada en el último certamen donostiarra cuenta durante su primer cuarto de hora los problemas de adaptación de un niño cuya familia se muda y se ve en un colegio católico, religión de la que lo desconoce todo. Como está contada al modo equilibrado y preciso, estático y frontal, con que el cine oriental (y el japonés en particular) influyó tanto en el «international style» del actual cine de festival, el espectador ilustrado (para no faltar: léase versado en ese estilo) se apresta a disfrutar...
Cuando de repente, sin previo aviso, el niño cruza sus dedos imitando el gesto de rezo que acaba de aprender y la película se convierte, como parafrasea el un poco forzado título de esta reseña, en la versión nipona de «Marcelino, pan y vino» , lo que es algo muy diferente y desde luego insólito dentro de ese estilo distanciado que comentaba. No teman, lo que sigue no es irrespetuoso ni blasfemo; tampoco es tan divertido como podría ser, dado que el tamaño del «jesusito de mi vida» que se le aparece al nene está entre un playmobil y la Campanilla de Peter Pan. De hecho, la intención o el sentido de esta fábula es tan inescrutable como el rostro de su protagonista; salvo por la oportuna moraleja de que el amigo invisible no está para servir de milagrero.