Crítica de Las herederas: Pasión y melancolía

Es una pieza íntima que prefiere el silencio y la elipsis a los subrayados o los grandes conflictos melodramáticos

Escena de Las herederas
Antonio Weinrichter

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Esta opera prima proviene de una cinematografía «menor», la paraguaya, y no conocemos a ninguna figura de su reparto; pero no se la vayan a perder por eso. O porque requiera un esfuerzo en esta época de tanto ruido: es una pieza íntima que prefiere el silencio y la elipsis a los subrayados o los grandes conflictos melodramáticos. En eso quedan avisados. Pero no hay nada de pequeño, nada de menor, en el estupefaciente trabajo de Ana Brun (el primero suyo ante una cámara) ni en el sentimiento de infinita melancolía que desprenden sus grandes ojos, presentes en casi todos los planos de la película.

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Las herederas

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Una mujer mayor, cuya amante queda fuera de plano, a la sombra, durante un tiempo, viéndose obligada a salir de su recoleta vida y buscarse alguna forma de sustento. La ecuación de clase se plantea de forma impecable al mostrar el casoplón en el que vive recluida y cómo va vendiendo sus muebles para subsistir. Una heredera que no ha tenido que trabajar nunca pero que al hacerlo descubre lo único que podía remover las plácidas aguas de su existencia: el desorden amoroso que trae la pasión de la edad tardía.

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