Crítica de «Hasta siempre, hijo mío»: Crónica familiar

Fue una de las grandes revelaciones de la Berlinale de este año y su pareja protagonista, Mei Yong y Wang Jingchun, recibieron el Oso de Plata a la mejor actriz y actor, respectivamente

Mei Yong y Wang Jingchun
Antonio Weinrichter

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Ficha completa

Esta fue una de las grandes revelaciones de la Berlinale de este año, repescada ahora para la sección de las perlas donostiarras: su pareja protagonista, Mei Yong y Wang Jingchun , que hacen un trabajo impresionante, recibieron el Oso de Plata a la mejor actriz y actor, respectivamente.

El director Wang Xiaoshuai, por su parte, no es ajeno a eso de recibir premios desde que empezó su carrera hace un cuarto de siglo como miembro de aquella famosa sexta generación que puso el cine chino en el mapa de los festivales y de todo cinéfilo contemporáneo digno de ese nombre. Si detectan alguna intención en esto es porque hay unos cuantos que se resisten a aceptar que China es una potencia cinematográfica casi comparable a su potencia económica: no sé si en un futuro veremos series chinas en vez de americanas (no lo creo), pero desde que apareció dicha generación, ignorar el cine chino y el asiático en general (Japón es, él solo, un continente inagotable) es situarse fuera del debate de la cinefilia.

Como ocurre en las películas de Jia Zhang-ke o de Bi Gan, por citar cineastas que han estrenado entre nosotros, esta película de Wang ofrece una crónica indirecta de los cambios que se han producido en la sociedad china en los últimos tiempos, los de su desarrollo incontenible. Para semejante panorámica necesita una tela de cierta amplitud: de ahí que la acción abarque varias décadas y que el metraje de la película rebase las tres horas, una duración que en ningún momento me resultó punitiva.

Más complicada es la estructura, la forma en que organiza un relato tan dilatado en el tiempo, pero sin necesidad de entrar en detalles les diré que tiene algo de los bucles que placen a Tarantino y al final se reserva, en una humilde escena de un pícnic en la que unos padres huérfanos evocan la memoria de su hijo desaparecido, un cambio de plano digno del famoso hueso de Kubrick en «2001»…

El propósito de Wang es evocar, por su parte, los sacrificios cotidianos y aquellos que se perpetuaron en el tiempo de los ciudadanos que anduvieron construyendo esa pujante China. Y lo hace por medio de aquella ley del hijo único que se ceba sobre todo en la pareja que encarnan los mencionados Yong Mei y Wang Yingchiun. No es cosa de glosar una trama que abarca cuatro décadas, algunas revelaciones insólitas, hijos cambiados y maternidades frustradas, encuentros largamente aplazados entre seres separados por la vida, enfermedades incurables y últimos deseos… Es la materia de la que están hechos los melodramas, o las teleseries que tienen horas para desarrollarlo: en ese sentido, los 180 minutos de Wang resultan casi sintéticos y permiten, con esos bucles que mencionaba, una continuidad emocional y una intensidad más que notables.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación