Crítica de Gorrión rojo: Todo y toda por la Patria

La trama es de puro espionaje, un relato de una dureza excepcional y con una carga de «erotismo sucio»

Jennifer Lawrence protagoniza «Gorrión rojo»
Oti Rodríguez Marchante

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Gorrión rojo

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Hace unas semanas, la actriz Jennifer Lawrence anunciaba su intención de abandonar su oficio durante algún tiempo, y puestos los ojos en su trabajo en esta película se entiende su necesidad de parar, de tomar aire, de abrir una ventana. Aquí interpreta a Dominika Egorova, una bailarina rusa a la que una circunstancia siniestra le obliga a dejarse utilizar por los servicios de seguridad, y es tal la entrega física y psicológica que el Estado (y la película) le exige al personaje (y la actriz), tan brutal y sórdido el trabajo que tienen que desempeñar (Egorova y Lawrence), que incluso al espectador le surge el impulso de darse también un respiro y suspender temporalmente el «oficio» de ver películas tan intensas, absorbentes y perversas como esta que firma Francis Lawrence (el de «Los Juegos del Hambre» , una nadería comparado con esto).

La trama es de puro espionaje, un relato de una dureza excepcional y con una carga de «erotismo sucio» que se encarga de ennoblecer la total entrega de la actriz y su progresiva, inhumana y complejísima encarnación del personaje, constantemente empitonado por la fatalidad y con unas capacidades de supervivencia y control de la situación que asustan, desconciertan y convierten el argumento en un lugar irrespirable y embarrado. Magníficas, chocantes, las secuencias de su adiestramiento como «Gorrión» (agentes, o mejor «agentas» en vocabulario actual y correcto, entrenados para conseguir todo del enemigo sin otras armas que las sexuales y morbosas), sutilísimas las relaciones con el agente de la CIA (Joel Edgerton, un palo pero rugoso y seco) al que tiene que desactivar, enrevesadas, maliciosas y letales con los jefes de la seguridad rusa… Y todo ello, filmado y perpetrado con ritmo gélido y temperatura ardiente hacia un desenlace que marea. Todo está tan lejos de lo obvio, que no es raro que los peritos de la crítica y adictos de lo confuso, ni lo huelan.

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