Crítica de «Entre dos aguas»: Zurcido de ficción en lo real

Isaki Lacuesta explora en sus personajes, ambientes y sucesos esa línea sutil con que su cine solapa lo documental y lo ficticio

Imagen de «Entre dos aguas»
Oti Rodríguez Marchante

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Con esta película y lo mejor de su estilo, Isaki Lacuesta ganó su segunda Concha de Oro . Ya en el título, de potente referencia musical, la engarza con aquella otra que hizo hace una docena de años, «La leyenda del tiempo», y de la que esta es continuación. Recoge a aquellos personajes, los hermanos Gómez Romero , Isra y Cheíto, tras el paréntesis de la década larga transcurrida, o sea, ya adultos, y bien cargados de los tatuajes que les ha escrito esa leyenda del tiempo.

Como entonces, Isaki Lacuesta explora en sus personajes, ambientes y sucesos esa línea sutil con que su cine solapa lo documental y lo ficticio, en una combinación siempre peligrosa entre lo calculado (escrito) en un guion y la cantidad de frescura (albedrío de los actores en los diálogos y movimientos) que la historia les permite improvisar a los personajes.

Lo que gana en veracidad, en sentimiento no fabricado, lo pierde un poco en fluidez narrativa y en encanto fílmico: los actores interpretan sus propios personajes y, dejados al azar, a su hacer y decir, rellenan de vacíos y repeticiones sus diálogos, lo cual, aunque moleste e impaciente, deja la impresión de que la historia, tan dramática, tan dispuesta incluso a lo trágico, surge desde el interior de esos personajes, de su propio sentir la escena o la historia. En cualquier caso, Lacuesta siempre anima a mucha reflexión y a una duda: si le arranca más ficción a lo real, o si lo que arranca es realidad a lo ficticio.

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