Crítica de El doctor de la felicidad: Cine francés, receta americana
La historia es simpática y sencilla, aunque no ayude la fórmula americana, pseudocapriana, ni el tono de falsete
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Omar Sy ha alcanzado el estatus de « Intocable », la película que lo lanzó a la fama. Encasillado en sí mismo en papeles que domina, el actor francés es aquí un granujilla reconvertido en médico, con o sin título, que ve en el noble arte de curar la oportunidad de hacer dinero. Su personaje llega a un pueblecito con la misma capa que Juliette Binoche en «Chocolat» . Tiene un don para calar a la gente y el encanto de utilizarlo sin resultar cínico. En el fondo es un hombre bueno que hace el bien, quizá para un propósito equivocado. El problema de la película es que, del alcalde al cartero, todo los habitantes de Saint-Maurice son tontos, digámoslo sin tapujos. Si tienen una poción mágica, como los vecinos de Astérix, la fórmula es un desastre. El cura (Alex Lutz)es una caricatura. Se salva la chica guapa, por supuesto, encarnada por Ana Girardot.
Con todo, la historia es simpática y sencilla, aunque no ayude la fórmula americana, pseudocapriana, ni el tono de falsete, sobre todo porque no estamos ante una comedia decidida o que genere unas ganas irresistibles de reír. Quizá acuse en exceso el origen teatral de la historia (y del reparto), escrita y dirigida por la directora Lorraine Lévy a partir de una popular obra de Jules Romains. Tanto, que el texto había sido adaptado en otras tres ocasiones, la última en 1951, justo cuando está ambientada esta versión. Omar Sy, como es natural, es el más negro y menos oscuro de los cuatro protagonistas.
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