Crítica de «Diecisiete»: Mucha gracia y mejores sentimientos
Sin dejar nunca de parecer ligera, sin dejar nunca de ser trascendente y reflexiva, sin dejar nunca de ser graciosa y cercana, y tan bien dialogada, filmada e interpretada
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Lo más complicado para una comedia es encontrar personajes serios, que hablen con seriedad entre ellos, que tengan entre manos una tarea digna y sensata, y que con todo eso la comedia cristalice con una descomunal gracia. Y lo que hace Sánchez Arévalo es exactamente eso, con dos personajes circunspectos, dos hermanos, el pequeño (de diecisiete) con algún tipo no especificado de trastorno, pero con una lucidez envidiable, y el mayor que es a la vez su protector y su protegido, que hablan y se comportan entre ellos con un riquísimo tramado emocional en el que los vasos comunicantes y las mutuas dependencias son el río por el que navega la historia.
El argumento es aparentemente una peripecia, pero tan conmovedora y fuera del tópico que adquiere el aroma de la épica, y casi se desarrolla como un manual de conducta, ¿qué hacer con la abuela moribunda? , ¿dónde encontrar a un perro con el que se está en deuda?, ¿dónde establecer la raya siempre difusa de lo legal, lo legítimo y lo que hay que hacer?...
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Diecisiete
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Sin dejar nunca de parecer ligera, sin dejar nunca de ser trascendente y reflexiva, sin dejar nunca de ser graciosa y cercana, y tan bien dialogada, filmada e interpretada (Biel Montoro y Nacho Sánchez tocan siempre la tecla adecuada para que salte la chispa y prenda la emoción) que se despliega ante uno como una película memorable y digna de celebración.
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