Crítica de El club de los buenos infieles: Resacón de género

Un grupo de hombres se dirigen a cámara siguiendo el agradecido recurso del falso documental: confesando sin pudor como si estuvieran entre amigos, admiten que ya no desean tanto a sus esposas como antes

ANTONIO WEINRICHTER

Un grupo de hombres, todavía en la segunda edad, se dirigen a cámara siguiendo el agradecido recurso del falso documental: confesando sin pudor como si estuvieran entre amigos, admiten que ya no desean tanto a sus esposas como antes, sienten eso que Billy Wilder llamaría la comezón del séptimo año. Pero como no tienen a Marilyn viviendo en el piso de arriba (así se las ponían al santo Antonio), deben buscar la tentación en otro sitio. Siempre que sea sin pagar, eh, aclaran muy dignos. Y así se reforma esta pandilla antaño juvenil que en el fondo lo que temen es hacerse mayores , constituyéndose en el club que da título a la película. Esto suele ser cosa de chicos y ha dado para una serie de «postadolescentes por el mundo» que empieza siempre por un «resacón», aunque la aportación femenina, bendita sea, de «Girls Trip» nos permitió conocer en pantalla grande a Tiffany Haddish . No tienen semejante suerte los protagonistas de esta aportación hispana, ni se lo merecen, francamente: deseo de juergas aparte, su nivel de madurez en las relaciones interpersonales está al nivel de «American Pie» o, si quieren un ejemplo más ilustre, de Landa y Pajares-Esteso persiguiendo suecas. ¿La prueba del algodón de que no exagero? Tanto deseo de mujer y no hay ni un solo personaje femenino, no ya memorable sino con frase, en esta ceremonia de autoescarmiento masculino.

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