Crítica de «Una casa, la familia y un milagro»: Cuatro hermanos

Esta comedia familiar que nos llega ahora no tiene nada de especialmente ofensivo y algún chiste hasta tiene su gracia

Escena de «Una casa, la familia y un milagro»
Antonio Weinrichter

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Cada nueva película italiana que se estrena hace inevitable lamentar cómo ha perdido relevancia el cine italiano, precisamente un modelo de cine popular que desde mediados de siglo pasado se sostuvo a hombros de gigantes, actores y actrices, guionistas y realizadores sin complejos intelectuales (mientras que el cine más artístico tenía una nómina de impresión de la a de Antonioni a la z de Zavattini). Y eso que esta comedia familiar que nos llega ahora no tiene nada de especialmente ofensivo y algún chiste hasta tiene su gracia.

Cuatro hermanos venden la vieja mansión familiar para ayudar al más atolondrado de ellos, cuando de repente su padre despierta de un coma quinquenal: la premisa de volver a poner la casa como antes, para evitarle presuntamente un disgusto terminal, agota la originalidad y el cupo de buenos gags de la función. Pero todo en ella peca de cierta grisura: planos medios de personajes medianos en escenas que nunca llegan a subir una media narrativa sin sobresaltos pero también sin sorpresas deleitables. El hermano metepatas y su opuesto, el aburrido banquero, son los dos polos que muestran lo previsible del esquema. Y al igual que el personaje de la masajista sexy ofrecen el consuelo de ver que algunos estereotipos de la comedia mediterránea permanecen, no sé si en la sociedad, pero desde luego sí en la mecánica del género.

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