Crítica de «Bajo el mismo techo»: Reparto de males gananciales

«Todo está macerado sin limón para que no escueza en la mirada y sostenido en la gracia de la pareja protagonista»

Jordi Sánchez en el filme
Oti Rodríguez Marchante

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No es nada fácil ver esta película desde el sitio adecuado, pues trata con enorme ligereza una realidad dramática o incluso trágica: una tormentosa relación matrimonial que no puede resolverse de una manera razonable porque siguen unidos por una hipoteca impagable que les obliga a compartir casa y todo tipo de rencores y desprecios.

Allá en el fondo de la historia subyacen otros aspectos trascendentes aunque del mismo modo tratados con escasa consistencia, como la crisis económica, la burbuja inmobiliaria, el floreciente síndrome del nido vacío o la edad del pavo ya madurito… En fin, todo ello macerado sin limón para que no escueza en la mirada y sostenido en la gracia de la pareja protagonista, Jordi Sánchez y Silvia Abril, que admiten lo estrambótico como animal de compañía para sus personajes, entregados a un guion y a unas situaciones en constante paseíllo por el acantilado de lo grotesco y de lo mezquino.

La directora, Juana Macías, tiene una evidente intención de rascarle comedia al relato, pero toda su carga patética no acaba de permitírselo: todo es pequeño, ruin y odioso. Aunque el molde de este tipo de película también le procura un par de personajes tópicos, los amigos o confesores de la pareja, que interpretan Daniel Guzmán y Malena Alterio, cuya cochambrosa filosofía de vida consigue que se relajen algo los músculos faciales.

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