«Bergman, su gran año»: El hombre que pensó en (ser) Dios

La cinta muestra al minucioso artista en su búsqueda de ese chispazo entre el dedo del hombre y el dedo de Dios

Escena del documental «Bergman, su gran año»
Oti Rodríguez Marchante

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Cualquier motivo es bueno para chapotear en las aguas oceánicas de Ingmar Bergman , y como tal sirve tanto la conmemoración del centenario de su nacimiento como el estreno de este documental de Jane Magnusson, directora sueca que lleva años peinando, o despeinando, su figura. A Bergman se le considera uno de los más grandes directores de cine de la historia, pero es una consideración algo rácana, pues con ello no se repara en su inmensa influencia en las artes escénicas y en el pensamiento del último medio siglo: esta película propone un dibujo amplio del director , tanto de su obra cinematográfica, como de su labor teatral y de su potencia intelectual; también, y es lo que adorna de grises el dibujo, de su personalidad, carácter, dominio absoluto sobre su obra y sobre las personas que trabajaron para él, su descontrolada vida sentimental y su influjo, no siempre positivo, sobre el arte en su país y alrededores.

El título del documental alude al año 1957, cuando firmó dos de sus obras maestras, « Fresas salvajes » y « El séptimo sello », y cuando desarrolló una musculatura creativa que anegó por completo todo el paisaje europeo y revolucionó con su impronta personal la mirada hacia los aspectos más profundos de la condición humana, desde las relaciones de pareja, a las angustias interiores, el pasado, la vejez, el desconcierto, la muerte o la presencia de Dios. «Los comulgantes», «El silencio», «Persona», «La vergüenza», «Carcoma», «Gritos y susurros», «Secretos de un matrimonio», «Fanny y Alexander» y la testamentaria, espléndida y diáfana « Saraband »… Una obra tan gigantesca como difícil de conocer y digerir. No es raro confundir la figura de Bergman con la del « inventor del cine de arte y ensayo » y es aún menos raro intentar el acceso a su obra en un mal momento (ver «Persona» a los, pongamos, veinte años, es como jugar a «polis y cacos» con cincuenta y seis). Cada una de las grandes películas de Bergman tiene el momento justo en el interior de «alguien», y dar con él la convierte en un instante de soledad y silencio en el interior de la Capilla Sixtina.

Magnusson muestra en su trabajo al minucioso artista en su búsqueda de ese chispazo entre el dedo del hombre y el dedo de Dios, pero también muestra al fulano egoísta, celoso, seductor sin piedad, agotadoramente brillante, constructor y destructor de prestigios, amante y padre despreocupado, exigente, caprichoso, manipulador y hasta experto en ese terreno entre la fabulación y la mentira… Pero su figura emerge con la trascendencia sobre su siglo (y sin duda, los posteriores) y con su gigantesca obra, que sublima además la de otros grandes a los que conoció y exprimió mejor que nadie, como Strindberg, Sjostrom, Dreyer, Kafka…

Se sale de «Bergman, su mejor año» absolutamente empapado de negros, blancos y grises, con los testimonios contradictorios, reales, de quienes lo amaron y lo padecieron , y con la sensación de que por muchas veces que uno vea esas películas de Bergman que le tocan ver, siempre serán pocas.

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