Eugenio, el maestro del chiste que murió de pena

Filmin oferta un documental sobre el cómico español que fue todo un fenómeno durante los 80. En menos de una semana, se ha convertido en el más visto del año en la plataforma

Eugenio, el humorista que murió de pena ABC
Javier Villuendas

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Más allá de nuestra situación política, hay otro debate invisibilizado sobre qué es más lamentable: si aquellos que fuerzan al personal a reír sus chistes por su desparpajo megalómano o los que directamente se parten con sus propias humoradas. El mítico Eugenio fue lo radicalmente opuesto. Su profesión era contar chistes. Y su «personal brand», la gravedad. Eugenio se tomó el humor tan en serio que en la seriedad basó su innovación. Murió de tristeza. Un documental llamado como él, dirigido por Xavier Baig y Jordi Roviera , recorre ahora su figura. Y es el más visto del año en Filmin .

El petit Eugeni nació y se crió en un barrio humilde de Barcelona durante la posguerra. En el colegio era un portento repitiendo y, de hecho, es de aquellos que recibieron, reciben y recibirán la cariñosa bendición de «nunca harás nada en la vida» , en este caso por parte de su padre. Eugeni quería vivir la vida a su manera y no le hizo caso convirtiéndose en uno de los más grandes cómicos de la historia de nuestro país. Antes pasó de la universidad y se hizo joyero, montó un grupo musical con su primera Conchita, que era la que tenía la voz bonita del dúo llegando a quedarse cuartos en la preselección para Eurovisión, y abrió su propio pub, el «Sausalito», en donde impulsó su perdición por el mundo de la noche. Entre canción y canción con el grupo, le pedían reiteradamente y se negaba reiteradamente a contar chistes . Quizá por ello, después, los contaría con tan poco entusiasmo.

«El humorista está en contra de todo lo establecido. Y hace del humor una especie de válvula de escape para evadirse de la realidad. El humor verdadero sale de las penas , es cuando uno desmuestra que tiene sentido del humor», decía Eugenio. Sus allegados le reconocían un gen sufridor, una tristeza innata, era solitario e introvertido, crápula trasnochador, mujeriego, bebedor, llegó a estar dominado por la cocaína, en su búsqueda de sí mismo y artística abundó en su vena mística que le llevó a construir una pirámide al lado de su piscina bajo la que meditar, tenía un cuarto forrado completamente con fotos de James Dean (el de «Rebelde sin causa»), fue mal gestor y mal padre (reconocido por él mismo), hizo reír a Pinochet , murió el día que nació su nieta... «Con ella en los brazos en su primer día de vida, me dijo que no tenía fuerzas y que se quería morir», cuenta su hijo. Así fue. Enviudó de su primer gran amor y madre de dos de sus hijos a los 38 años. El mismo día que ocurrió cogió el coche y se fue a contar chistes a Valencia. Todos allí le decían: ¿pero qué haces? El escenario era su antídoto.

« Saben aquel que diu que hay en España un hombre que pretende hacer reír pero que es un humorista hundido, parsimonioso, que provoca a la gente con su silencio y llega a desesperar», podría contar él mismo pausadamente y levantando la ceja. Tuvo muchísimo éxito, se hizo rico con esta fórmula. Y, al contrario de su vida, lo hizo con un montaje sobrio: whisky sobre una mesita, ropa negra, cigarro en la boca y gafas de sol para esconder el abismo. Su manejo de los tiempos, lentitud oratoria y los largos silencios fueron una vuelta de tuerca, el anti-espectáculo, que siempre chocará con la locuacidad predominante en el monólogo. La pachorra es anti-sistema, y algo así estilísticamente hace Esti Quesada «Soy una pringada» en nuestros días. A Eugenio le gustaba el personaje del loco, del borracho. «Se interpretaba a sí mismo», se cuenta en el documental, donde alguien le llama «juguete roto». En sus shows solía decir apáticamente: «Y con la alegría que me caracteriza...» y la gente sonreía. «Su vida fue un drama y lo intentó enmascarar haciendo reír a los demás», dicen. A él, pocos le hicieron reír.

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