Museos

Madrid y el arte del amor: otra forma de celebrar San Valentín

La capital guarda su lado más romántico en viejos palacios convertidos en museos, ajenos al fenómeno del día de los enamorados

Arriba, la pistola del suicidio de Mariano José de Larra el 13 de febrero de 1837 en el Museo del Romaticismo ABC
Adrián Delgado

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Antes de que se implantara con fuerza la moda de San Valentín en España, los románticos madrileños ya tenían marcada su fecha especial en el calendario de febrero. Concretamente la víspera del día de los enamorados y no precisamente por un feliz acontecimiento. Un 13 de febrero de 1837 Mariano José de Larra puso fin a su vida de un disparo en la sien con el que murió el hombre y nació el mito . De aquello se cumplieron ayer 181 años en los que el rechazo de su amante Dolores Armijo –sumado al hastío existencial que le atormentaba– desató presuntamente el suicidio del escritor, a los 27 años, en el tercer piso del número 3 de la calle de Santa Clara.

Su historia bien vale una sala en el Museo del Romanticismo (calle de San Mateo, 13) –cuyo principal atractivo no es otro que la pistola con la que Larra se levantó la tapa de los sesos– como caso paradigmático de las fuerzas irracionales que el amor ha ejercido sobre los artistas. La capital guarda con celo el lado más romántico del arte en viejos palacios como este en el que, lejos de caer en el tópico que explota hasta límites insospechados la celebración de San Valentín , se desmitifica. La fecha es, sin embargo, una ocasión perfecta para descubrir las piezas más singulares dedicadas al amor que hay expuestas en los museos de la capital.

Uno de ellos es el Museo Cerralbo (calle de Ventura Rodríguez, 17) que, además, e strena nuevas salas que recuperan la decoración original que Enrique de Aguilera y Gamboa, el XVII marqués de Cerralbo, eligió antes de su muerte en 1922. Este espacio, que permite hacer un viaje en el tiempo, ofrece la posibilidad de elegir varios recorridos. Uno de ellos, dedicado a los enamorados, adentra al visitante en temas recurrentes en el arte amoroso como los dioses protectores, los raptos mitológicos, el matrimonio, el culto al amado, la separación o la galantería.

Reloj francés del siglo XIXdedicado a Cupido, en el Museo Cerralbo

Venus y Cupido –los dioses romanos de la sensualidad y el amor– son paradas obligatorias para el visitante enamorado. La primera, preside la escalera de honor del palacio en forma de estatua de mármol blanco (siglo XIX). La segunda navega sobre el tiempo que marca un reloj francés –en bronce dorado– en su Salón Imperio.

El amor también está presente en su espectacular salón comedor con dos de los raptos mitológicos por amor más reiterados en la Historia del Arte : el de Zeus a Europa y el de Poseidón a Anfítitre. Ambos representados en dos cuadros de la escuela flamenca (s. XVII) adornados con guirnaldas de flores. No es el único. A estas dos simbólicas obras se une un misterioso cuadro de una dama –se duda de su autoría, aunque se atribuye a Mariano Salvador–, oda al amor conyugal con una no menos enigmática nota: «Amor, pues en mi silenzio oy te ofrezer esta oblación V. Z. que publiquen sus dichas todo lo que callo yo» (sic).

Retratos de consolación

Salón de Baile del Museo Cerralbo de Madrid

Tener una imagen de la persona amada era un privilegio reservado a muy pocos antes del nacimiento de la fotografía. El Cerralbo cuenta con una curiosa vitrina repleta de miniaturas de las escuelas flamenca, francesa, española e inglesa –de los siglos XVI al XVIII– que permitieron a sus dueños llevar siempre consigo al ser querido. Unas piezas de gran valor sentimental que recibían el nombre de retratos de consolación y que se pueden ver en la sala de billar del Museo.

La separación de los amantes es otro de los temas recurrentes. La colección que legó el marqués cuenta con un ejemplo singular que, además, aborda el amor en una cultura tan lejana como la japonesa. Lo hace en dos jarrones Imari (finales del siglo XIX) en los que representa la dolorosa despedida entre el samurái Yoshitsune no Minamoto y su amante Shizuka Gozen.

Ese recorrido amoroso concluye en la estancia más preciada del palacio: su salón de baile. Sede de la galantería y el flirteo –con rigurosas normas de cortesía –, sus adornados muros fueron testigos de la celebración festiva del amor. Esa que, hoy concretamente, parece propiedad exclusiva de la comercial cita de San Valentín.

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