Crítica

Rafa, 60 años dando bien de comer

Llegar a las seis décadas de vida no es muy habitual en este Madrid de hostelería tan cambiante, y más si se cumplen con llenos diarios y una clientela fiel

Restaurante Rafa RAFA
Carlos Maribona

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En mayo de 1958, los hermanos Rafael y Rodrigo Andrés abrieron una pequeña taberna en el tramo final de la calle Narváez. Ambos procedían de un pequeño pueblo de Guadalajara y habían llegado a Madrid para trabajar en la hostelería. Tras unos años emprendieron la aventura de su propio negocio, Casa Rafa, un modesto local que en muy poco tiempo convirtieron en una de las grandes marisquerías madrileñas. Llegar a los sesenta años de vida no es muy habitual en este Madrid de hostelería tan cambiante, y más si se cumplen con llenos diarios y una clientela fiel.

Fallecidos los fundadores, se hicieron cargo del negocio dos de su hijos, Rafael y Miguel Ángel , quienes han mantenido el nivel e incluso han dado unos pasos más añadiendo nuevos platos a la excelente oferta de mariscos y pescados que ha sido la bandera de la casa. En el camino desapareció del nombre el “Casa” para quedarse sólo como Rafa. Pero salvo esa ampliación de la carta, y ese mínimo cambio de nombre, las cosas han cambiado muy poco en este restaurante. Ahí sigue ese tentador escaparate que da a la calle Narváez y que es todo un exponente del mejor género marino, llegado cada día desde distintos puertos de España. Ahí sigue la barra de la entrada, una de las mejores de Madrid, con una ensaladilla rusa y un salpicón de bogavante absolutamente imprescindibles. Arriba los comedores, divididos en dos plantas, atendidos por un profesional equipo de sala de vieja escuela, perfectamente dirigido por Juanjo, el maitre, que por desgracia para los clientes está a punto de jubilarse tras treinta años en esta casa.

Sentados en la mesa no hay que olvidarse de los clásicos, como la citada ensaladilla (9,50 €) o el salpicón de bogavante (32), la reconfortante sopa de pescado y marisco (18) o los estupendos tartares de lubina y salmón (26) y de carne (26), pero es bueno dejarse llevar por las sugerencias del día. Probamos el camarón de Noya (29, 100 gramos) y los langostinos de Isla Cristina (12), buenas muestras ambos de la calidad de la materia prima que aquí se maneja. Magnífica también una tapa de erizo natural (12). Muy buenas las ortiguillas rebozadas (18) y decepcionantes unas pijotas fritas a la andaluza (19), muy saladas y que bajan el listón.

Salpicón de bogavante RAFA

Los platos de cuchara tienen en los últimos años un gran protagonismo. Están muy buenos los guisantes naturales con alcachofa y cebollas pochadas (21) a los que se añaden unos langostinos que no hacen ninguna falta, aunque están en su punto. Impecables las manos y morros de ternera a la madrileña (21), bien melosos. Y notable la urta encebollada (26), recomendación del día. Hablando de pescados, no nos gusta que entre la excelente oferta nacional que aquí se maneja se haya incluido el sobrevalorado skrei noruego, innecesaria concesión a las modas.

Los postres son caseros y están a buen nivel. Rica la torrija (7), y correcta la tabla de quesos nacionales (12). La bodega es amplia, aunque peca de excesivamente tradicional. Muy orientada a la clientela de la casa, pero no vendría mal una revisión. En cualquier caso, se come muy bien en Rafa, que ya forma parte de la historia de la gastronomía madrileña.

Lo mejor: La calidad de la materia prima.

Precio medio: 65 €.

Calificación: 8.

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