Cultura

El ejemplo como herencia

El Claustro, los amigos y su familia recuerdan a Mariano Peñalver en un solemne acto que sirvió para conocer su póstumo servicio a la docencia: el código ético de la Universidad de Cádiz

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Lo mejor que puede donar un sabio amable es su ejemplo. Más que su obra y sus conocimientos, el legado que ma-yor utilidad tiene para la comunidad que le disfrutó es su comportamiento, en la confianza de que sea contagioso.

Esa esperanza presidió ayer el acto solemne de homenaje póstumo que la Universidad de Cádiz dedicó a Mariano Peñalver Simó, filósofo insigne, profesor inolvidable y primer rector democráticamente elegido de la mayor institución educativa de la provincia. El Claustro que lideró en momentos de transición y temores, así como la Coral Universitaria, que fundó y en la que formó con la modestia de un colaborador, presidieron el encuentro celebrado ayer en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras, es decir, en su casa.

Aún en su ausencia física, el profesor quiso hacer un último servicio a la comunidad educativa y entregó su último encargo: el cógico ético de la Universidad de Cádiz, llamado ya Código Peñalver. El catedrático de Filosofía Francisco Vázquez fue el encargado de presentar este documento póstumo, que recoge unas normas de comportamiento, voluntarias y orientativas, porque pertenecer a la comunidad universitaria «debe ser un modo de estar en el mundo. ¿Quién mejor que Mariano Peñalver para mostrarnos ese modo?». Con esa evocación al ejemplo personal, Francisco Vázquez recordó la idoneidad del autor.

El Código Peñalver es «un modelo que debiera inspirar la conducta de los miembros» de la Universidad. Esa es su intención, aspira a erigirse en «un deber ser», en vez de un «tiene que ser», según explica el autor en su prólogo. Sus propuestas están divididas entre cargos académicos, personal no docente y alumnos, pero en todo caso promulga el inusual sentido común que recuerda la inconveniencia del clientelismo, el rumor y el abuso de personas y objetos que sólo deben aliarse para el bien común de los que integran la Universidad, nunca en favor de lo particular.

En cualquier caso, bastará con recordar el ejemplo humano y académico de Mariano Peñalver para tener una sinopsis de uso de ese manual deontológico que la institución académica ha decidido darse a sí misma.

Emoción en la solemnidad

Junto a la presentación de su póstumo servicio a la comunidad universitaria, el acto de homenaje a Mariano Peñalver contó con los testimonios de los que le conocieron. Fueron pruebas de cariño diversas, verbales o no. Pedro Cerezo, catedrático de Filosofía de la Universidad de Granada y amigo «fraternal» del viejo profesor, fue el encargado de ofrecer el aprecio a través de la palabra.

«El gran maestro se reconoce en el gozo de la cosecha», aseguró para ensalzar la huella que deja en la que fue su facultad durante 22 años. Para reafirmar que su obra es inmortal, Cerezo recordó que «la palabra pervive» y trazó un afectuoso perfil personal: «Era coloquial y leve, pero desde lo riguroso. Tenía el humor de las almas privilegiadas».

El catedrático de la Universidad de Granada se amparó en el sabio humanismo de Juan de Mairena para ofrecer un reflejo de Peñalver a los presentes, entre ellos su viuda, pero las lágrimas le impidieron culminar una glosa impecable. Guillermo, hijo del fallecido filósofo y miembro de la Orquesta Barroca de Sevilla, cogió el relevo para poner el mejor cierre que hubiera soñado un melómano como el recordado.

La música que adoró, como sus palabras, perdurarán.