Cultura

Spielberg contra el terrorismo

'Munich', el manifiesto del director sobre el conflicto entre palestinos e israelíes, llega a España precedido por la ira y la incomprensión de los grupos de poder sionista en EE UU

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Dice Hiam Abbass, protagonista de Munich, que Steven Spielberg ha hecho una película de acción con un mensaje subliminal. En realidad, no hay nada oculto en Munich. El director ha querido salirse de los estereotipos de Hollywood para plasmar en la película su punto de vista personal sobre el conflicto de Oriente Medio que, como judío y estadounidense, le toca tan cerca.

Para sus compatriotas, que reciben las noticias convenientemente filtradas por los lobbies judíos, el mensaje de Spielberg desconcierta a los de a pie y enerva a los más politizados. Para los europeos, las conclusiones de Spielberg son tan obvias que el mensaje resulta burdo. Hace mucho que el terrorismo de Estado que practica Israel no es ningún secreto. Y, aún así, los árabes-americanos salen del cine eufóricos, por ser la primera vez en la que se le da la palabra a los palestinos en una gran producción de Hollywood.

Christine Attrach, una publicista libanesa afincada en Nueva York, destacaba con ahínco la frase del héroe israelí que protagoniza la película. «No podéis recuperar un país que nunca tendréis», dice en el diálogo que sostiene con un palestino. «¿Recuperar! ¿Te das cuenta? ¿Están admitiendo que no era de ellos!», insiste la joven.

Hay que estar muy implicado en el juego dialéctico de la propaganda israelí en EE UU para apreciar el valor de Spielberg en esos pequeños detalles que tanto han enfurecido a los lobbies judíos, porque destruyen la labor que han ejercido durante años. Gracias a ellos hace mucho que los periódicos americanos no hablan de Gaza y Cisjordania como «territorios ocupados», sino «en conflicto».

Munich no tiene la simplicidad en blanco y negro de los guiones que se acostumbran en Hollywood. No habla de buenos y malos, no tiene final feliz y hasta el héroe puede ser considerado un burdo asesino, que sólo se vuelve consciente de la masacre que ha perpetrado cuando ésta se vuelve en su contra y pone en peligro la vida de su propia familia.

El problema es que Spielberg ha entrado en terreno desconocido para su carrera, y este género se le escapa. Si del thriller se tratase, en la trama no hay misterios que despejar. Si acaso, cuántos altos cargos palestinos conseguirá cargarse de la lista de once nombres, presuntos autores intelectuales del secuestro y asesinato de los atletas israelíes en las Olimpiadas de 1972. Porque Mu-nich desgrana la venganza em-prendida por Israel tras la matanza a lo largo de veinte años.

Como la trama está clara antes de sentarse en la butaca, la intriga que queda es la evolución interior del personaje. En eso Spielberg sólo ha logrado ser convincente en los últimos veinte minutos, al recrear el miedo de la persecución del cazador cazado. Las distintas evoluciones de los cinco hombres que componen la célula secreta está poco trabajada. Menos verosímil resulta el que su hombre sea capaz de matar a sangre fría por pura venganza, y de celebrarlo con una botella de vino, pero acabe cuestionándose si de verdad había pruebas de que sus víctimas eran culpables, y de haberlas por qué no se les llevó a los tribunales. Tres horas para llegar a una conclusión básica que se identifique con lo más elemental de la justicia, la democracia y los derechos humanos.

Sin premios

La ristra de crímenes por las principales capitales europeas, donde los terroristas nunca pierden la humanidad, como se propuso Spielberg, son también un recorrido por la historia del Mossad, los servicios secretos israelíes, según se plasma en el libro Venganza, publicado por George Jonas hace 22 años. Israel nunca ha admitido su participación en esos atentados, por eso Spielberg resulta hasta irritante con su insistencia de que la operación estaba planeado para que nunca se les pudiera conectar. En justicia para los israelíes, hay que admitir que el libro es la única fuente que maneja Spielberg. De hecho, la película ha sido promocionada como «ficción inspirada en hechos reales».

El sentido común hará que el espectador coincida con el cónsul israelí en Los Angeles, que acusó a Spielberg de ser demasiado simplista al tratar de abarcar el conflicto en unas pocas frases que parecen monólogos.

Para el director de La lista de Schindler, Munich es una frustración en el circuito de las galas, donde no ha cosechado la ristra de premios a la que está acostumbrado. Hasta Universal, los estudios que la han coproducido, apuestan más por Brokeback Mountain.

Parte de la culpa es del propio director, que, en lugar de atenerse a los canales habituales de promoción, prefirió contratar a un mediador entre palestinos e israelíes para presentar su historia épica entre los think tanks(fundaciones de corte político) y lobbies institucionales. Una apuesta arriesgada en un país donde buenos y malos siempre están definidos.

Con todo, Múnich no es una mala película que haga abjurar del mago de Hollywood, sino que cumple la función del entretenimiento, con historia de amor incluida, y deja al espectador pensativo con esa imagen final con las Torres Gemelas de fondo. «No hay paz al final de esto», augura el protagonista, casi tres décadas antes de que llegase el fatídico 11-S.