Antonio Burgos - EL RECUADRO

El sobrino del Santo Seise

González Ruiz llamó «nacional-catolicismo» al torrente de devoción popular y eucarística que fomentó su tío el Santo Seise

Antonio Burgos
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De entrada, y en modo Ironía On, he de dar las gracias a cuantos en estos días me han reconocido (por los co...pyraights) la autoría de la definición del recién canonizado Don Manuel González como «El Santo Seise». Lo siento muchísimo, pero quien primero dijo eso fue menda lerenda. Lo recuerdo siguiendo la tesis de Bobby Deglané, que cuando se echaba flores a sí mismo ante el micrófono, sentenciaba:

—Es que aquí en España, como no te elogies tú mismo, no te elogia nadie...

Venía diciendo que fui el inventor del «Santo Seise». Así titulé un artículo que publiqué aquí en ABC, en este mismo sitio y a esta misma hora (que cantaría Chiquetete), no ahora, que no tiene mérito, sino el 30 de junio pasado.

Y tampoco entonces tuvo mérito, porque el título me lo dio hecho la Giralda, que había echado a voltear todas sus campanas en un repique general, un pino mayor de primera clase, para decirle a la ciudad con su voz de bronce que otro sevillano iba que escarbaba camino de los altares, como Sor Angela o como Madre Purísima: el que fue obispo de Málaga y Palencia, Don Manuel González García (Sevilla, 1877-Madrid, 1940).

Lo del «Santo Seise» es lo más políticamente correcto que se puede decir de la atribulada vida del nuevo santo sevillano. Mucho seise y mucho baile ante el Santísimo del Obispo de los Sagrarios Abandonados que encontró en Palomares del Río... Pero mire usted cómo nadie ha osado recordar que Don Manuel fue el obispo de Málaga a cuyo palacio episcopal le metieron fuego los rojos en mayo de 1931, cuando la triste «quema de conventos». Y tampoco nadie se ha atrevido a decir que tuvo que salir por piernas de Palacio, junto a familiares y religiosas, por una puerta trasera del edificio en llamas, al ser descubiertos por la horda. Pasada la noche en casa de un sacerdote, ante el clima de tensión y la falta de garantías por parte de las autoridades republicanas, Don Manuel salió de aquella «Málaga en llamas», a la que jamás volvería: tras permanecer refugiado en dos casas de campo de amistades, se exilió a Gibraltar, donde lo acogió el obispo local, Richard Fitzgerald. Allí permaneció siete meses hasta que en diciembre de 1931 viajó hasta Ronda y luego a Madrid, desde donde rigió la diócesis malagueña.

Y como se nos van las mejores, no se ha dicho tampoco que San Manuel González era tío de un cura progre muy conocido: el teólogo don José María González Ruiz (Sevilla, 1916-Málaga, 2005), que fue ecónomo de la parroquia de La O. El sobrino del Santo Seise es el cura que aparece en una conocida fotografía de la riada de 1947, diciendo misa el domingo 23 de febrero en la puerta de la iglesia trianera sobre una tarima en la anegada calle Castilla, ante unos fieles con agua hasta las rodillas o subidos en una de las bateas de mulas que eran los carros de carga habituales del muelle. Fue el progre sobrino cura profesor de Griego en el Seminario y ocupó cargos en la curia arzobispal...¡del Cardenal Segura! González Ruiz fue decisivo teólogo consultor en el Concilio Vaticano II y canónigo de Málaga. Y el que inventó el término de «nacional-catolicismo» para definir a la Iglesia española que quería cambiar de arriba abajo, en sus tesis de la teología de la liberación. El cura que del «nacional-catolicismo» había sido, antes de ser conocido en Triana como «el cura de la bicicleta», párroco de Palomares del Río, precisamente donde su tío el Santo Seise descubrió sus Sagrarios Abandonados. Comparar a tío y sobrino es hacer todo un retrato de la evolución de la Iglesia de España. El sobrino estuvo del lado de los que le quemaron al tío el palacio arzobispal de Málaga. Y González Ruiz llamó «nacional-catolicismo» al torrente de devoción popular y eucarística que fomentó su tío el Santo Seise. Tampoco se ha dicho que ambos están enterrados juntos en la Catedral de Málaga, de la que el tío fue obispo y el sobrino, canónigo. Dios tenga en su gloria al sobrino, del mismo modo que ha querido que el tío suba a los altares.

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