LA TRIBU

Verano

El verano era la vuelta del campo, todos los días, casi de noche, de la gente de la tierra

Dos turistas descansan y se resguardan del sol en una sombra por los alrededores de la Catedral de Sevilla EFE
Antonio García Barbeito

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Recuerdas cuando el verano era un territorio sereno, un luengo latifundio de luz y chicharras, bieldos levantando la parva, chiquillos volando panderos y tardes de alberca y de río, mientras el tren pasaba como una ciudad alargada y rodante. Recuerdas cuando el verano era velador y sombra, pregón de helados, búcaro, cine con películas de tres y cuatro cortes y, si había suerte, allá por septiembre, un espectáculo de cuatro cantaores que estuvieran de bolos rurales. Recuerdas cuando el verano, de noche, era el paseo de la juventud y la contemplación de los mayores, sentados a su puerta o en la silla de la puerta de algún bar. El verano era la vuelta del campo, todos los días, casi de noche, de la gente de la tierra. Y era un cielo que se caía, de azul y de estrellado. Y era una granizada de limón, y un guateque, y quizá el primer cigarrillo y la primera vergüenza al sacar al baile a una niña. Y era un patio que olía a jazmines. Y era no ver al maestro en dos o tres meses; y era poder faltar a misa sin que te castigaran… No recuerdas qué decían los periódicos, pero la gente hablaba de una corrida de toros y de la escapada a la playa —¡durante quince días!— de dos o tres familias paisanas y pudientes. El verano era un territorio de paz movido por la aérea cucharilla de una tolvanera. Pasaba el verano y todo volvía a ser como fue dos o tres meses atrás. El verano, territorio de paz, territorio de una no pactada tregua de muchísimas cosas. Un par de días de fiesta, quizá; una prenda que se estrenaba, quizá. El verano, la paz.

Han terminado con el verano, lo desbaratan, lo rompen. Son los intereses del hombre. Hay gente que se va a la playa, y al río, y a la alberca, y se sienta a la puerta del bar, y pasea, y charla en tertulia, y ensarta jazmines, y lee sin prisas, y duerme la siesta, sí, pero hay mucha gente empeñada en romper el verano, y lo consigue. La política no para, ni sus problemas. Un acusado, una sospecha, un insulto, una traición, una mentira, una delación, una zancadilla, una invitación venenosa… ¿Dónde la paz? El separatismo es como un rastrojal ardiendo en tarde de viento a favor, no deja de crecer, ni de arrasar. Las redes sociales son milicias electrónicas en las que cualquiera puede echarse a la cara el fusil de un chisme, de una mentira, de un viejo artículo amañado, de una vieja foto trucada. Las redes llamadas sociales, qué miedo. Y qué miedo de nosotros, siempre dispuestos a remover la tierra o a remover la historia, a desenterrar muertos para llevarlos a otro sitio o a llamarlos como a espíritus salvadores. ¿Veranos? Veranos, aquellos. Ay, la paz.

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