Tánger

Hubiera merecido algo más de interés en el plano diplomático acudir al palco

Javier Rubio

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Seré el único de aquí al que le gustó la final de la Supercopa en Tánger. Quiero decir que se disputara en tal sitio. Del resultado del encuentro y del juego desplegado, mejor me reservo la opinión como esos partes médicos en los que es más fácil errar que acertar y la prudencia dicta esperar acontecimientos. Pero qué quieren que les diga, a mí me pareció una fantástica idea que ese partido de competición oficial española se jugara en suelo marroquí. Nuestro vecino del sur, querámoslo o no, por mucho que lo miremos por encima del hombro y sacudamos la cabeza con ese aire de superioridad que gastamos hacia los marroquíes y, todavía más incomprensible, hacia los portugueses.

Tánger es una ciudad portuaria. Es una ciudad gemela de Algeciras, para entendernos. Las columnas de Hércules, esas que figuran en el escudo de Andalucía, son Algeciras y Tánger, unidas íntimamente por algo más que las líneas marítimas. Si usted se está preguntando si es bonita Tánger, la respuesta tiene que ser a la gallega: ¿es bonita Algeciras? Y ahora ya que cada cual eche a pelear los tesoros locales, que los tienen ambas. Pero a Tánger, como a Algeciras, la define su puerto. Con dos fachadas: atlántica y mediterránea. Bien que se encargaron los rótulos publicitarios distribuidos por el estadio Ibn Battouta de recordarnos que Tanger Med tiene puertos, parques industriales y facilidades logísticas como para aspirar -de momento, sólo aspirar- a desbancar un día a su vecino de la península en el tráfico de contenedores. Y Sevilla y Tánger están más unidas de lo que parece: parte de la producción de cajas de cambio de Renault en San Jerónimo acaba precisamente en la planta del fabricante francés en el Norte de África. Nada más que por eso ya hubiera merecido algo más de interés en el plano diplomático acudir al palco de autoridades. Así lo entendió el ministro del Interior, deseoso de agradar a sus colegas marroquíes a ver si así se frena un poquito la salida de pateras.

Eché en falta a nuestra presidenta de la Junta, que bien hubiera podido estrechar lazos con el wali como se hacía en tiempos de Manuel Chaves, ceutí de nacimiento al fin y al cabo, que entendía a la perfección la necesidad de engrasar las relaciones personales con los dirigentes del país vecino porque Andalucía saca más de una cordial amistad transfronteriza que del desdén. Allí estaban ellos, la clase media tangerina, esperándonos con los brazos abiertos enfundados ellos en sus camisetas del Barça y ellas rigurosamente empañoladas como lo estaban nuestras madres hace sesenta años cuando iban al estadio.

Pero, pese a todo, me pareció inteligente y hasta necesario jugar allí. En reciprocidad, no estaría mal ofrecer el estadio de la Cartuja para que la final de la Copa de Mohamed VI se juegue en Sevilla el año que viene. Nos interesa.

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