LA TRIBU

Socorrer

Desde que las carreteras son mucho más peligrosas, siempre me ha horrorizado tener que parar, por necesidad propia o ajena

Carreteras de Andalucía ABC
Antonio García Barbeito

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Hace ya muchos años que mi querido y llorado pileño Francisco el Ponti murió en la A-49, un día de aguacero, cuando volvía de su trabajo y vio que un coche había hecho acuaplaning y se había salido de la carretera. Paró su coche en el arcén y, sin pensárselo, se fue a ayudar al accidentado. Iban los dos empujando el coche que había patinado, para dejarlo de nuevo en la autovía, cuando la mala suerte se presentó: un coche que venía por el mismo sitio hizo acuaplaning en el mismo badén y se fue derecho a ellos, que no lo vieron venir. Un samaritano que moría en una acción de socorro. Qué dura es la vida, a veces, y con qué injustas monedas paga las buenas acciones. Francisco, además, era una persona infinitamente buena.

Desde que las carreteras son mucho más peligrosas por la cantidad de coches que pasan y que pasan como balas, siempre me ha horrorizado tener que parar, por necesidad propia o ajena. Dos noches recuerdo, la de un reventón y la de un pinchazo, y de las dos noches guardo el horror de estar fuera del asfalto, del arcén y de la cuneta, y subido en el vallado o apartado, ver los coches que pasaban como tiros. Pensé que en ese momento que yo hubiese levantado la mano para pedir ayuda, y hubiese entendido que nadie parara, por el peligro que podía suponerle a cualquiera que tuviera intención de socorrerme. Pero es verdad que diariamente hay personas solidarias, samaritanos del asfalto, que ven un accidente o el brazo en alto que anuncia problema, y paran de un frenazo, bajan del coche y acuden prestos a ayudar a su prójimo. Y más de una vez, y más de dos, hemos sabido que mientras estaban ayudando a los demás, un camión o un coche vinieron, los arrolló y los mató. Un accidente en la A-66, un joven que va en su coche y para, y un médico que va en el suyo y para. Los dos se prestan a ayudar al accidentado, con el peligro de la hora —mucho antes de amanecer—, junto con el camionero implicado en el accidente. El médico vio que un coche venía lanzado. Tuvo tiempo de advertirle al camionero que se apartara, quizá el segundo que a él lo hubiera salvado; el camionero se apartó, se salvó, y el coche mató a los dos jóvenes. ¡Qué canalla, la vida! ¿Socorremos de cualquier manera, o nos aseguramos bien de que no nos colocamos en la línea mortal de la bala de un coche? Ya sabemos que el sino es el sino. Ay, dice Hernández: «¡Qué sencilla es la muerte, qué sencilla, / pero qué injustamente arrebatada!» Dios nos libre de necesitar socorro por un accidente; y nos libre de ser samaritano que acude al socorro; y del conductor que, sin ver, arrolla y mata. Qué miedo de la carretera.

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