LA ALBERCA

Sevilla atascada

Las retenciones del rascacielos son una metáfora de las demás: el Metro, el tren al aeropuerto...

Alberto García Reyes

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El atasco del rascacielos es sólo una metafóra. Sevilla es una ciudad atascada en sus desesperantes contradicciones, una ciudad de bullas por las que no corre el aire fresco casi nunca. Es un caos porque se compone de muchos elementos que se expelen entre sí y que, sin embargo, nos definen. Aquí nada se prevé -salvo la lluvia en Semana Santa- ni se resuelve con antelación. Nunca evitamos el problema antes de que llegue. Buscamos las soluciones sólo cuando ya no hay solución. Los atascos del rascacielos de la Cartuja los presuponían hasta los gatos. Tú le decías hace cinco años a un niño de parvulito que ahí estaban construyendo una torre de 180 metros de altura con 37 pisos y una zona comercial de 59.000 metros cuadrados y te respondía: «Verás la que se va a liar». Desde que la grúa comenzó a trabajar en esta afrenta a la Giralda, el Ayuntamiento ha hecho al menos seis raquetas distintas en la puerta de la mole para ver cómo arreglaba ese tapón. Porque ésa es otra esencia de Sevilla mucho más inveterada que todas las demás: deshacer lo que haya hecho el que mandaba antes. Esta ciudad padece el síndrome del albañil, que consiste en que cuando contratas a alguien para hacer una obra en tu casa, lo primero que te dice al revisar las instalaciones viejas es: «¿Quién te ha hecho esta porquería?». A lo que hay que añadir el gran engaño de los números. Aquí jamás se cumple ni el presupuesto ni el plazo. Por eso un amigo mío tiene una frase que utiliza de comodín cada vez que cierra un trato para reformar algún rincón de su casa: «Miarma, si te tienes que pasar en algo, pásate en el tiempo». Con la Torre Sevilla se han pasado en todo: en la factura y en la fecha de entrega. Pero ahora, además, se están pasando en nuestro tiempo. Si te metes con el coche por esa zona, échale paciencia. El rascacielos no sólo te ha robado las alturas de Sevilla. También te ha arrebatado una hora al día. Por el camino más corto.

Lo triste es que este atasco exasperante no existiría sin los otros atascos previos que lo han provocado. Me refiero a las retenciones políticas. El atasco del Metro, el del puente en la Cartuja que nunca se hizo, el de la SE-40, el de los enlaces a los nuevos espacios comerciales, el del dragado, el del desarrollo urbanístico que han frenado los tribunales porque se hizo de forma chapucera, el de la conexión con el aeropuerto, el de los dos o tres carriles que alguien ingresó en su cuenta cuando se construyó el puente del Centenario, el de las tuneladoras oxidadas en una nave mientras hay que seguir yendo de Dos Hermanas a Coria en barca, el del desdoble de la N-IV, el de mejora del Puerto, el de los aparcamientos subterráneos en el Centro... Sevilla está atascada en los despachos y los sevillanos llevamos parados en el mismo sitio demasiados años. Qué le vamos a hacer. La culpa es nuestra porque sólo protestamos de boquilla y de los políticos por no conocernos: si en el rascacielos hubieran abierto sólo un Caixafórum no habría pasado nada. Pero han abierto un Primark. No se enteran de que los museos son la única solución para avanzar. No porque la cultura nos mejore, sino porque no va nadie.

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