Año Santo

Durante el año fernandino, siempre que cayera en domingo el 30 de mayo, debería dejarse descansar el monocultivo

Javier Rubio

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El Ayuntamiento de Juan Espadas va camino de reinventar el año santo fernandino. Una vez de cada siete, la festividad de San Fernando caerá en domingo y no habrá necesidad de desairar la memoria del Santo Rey convirtiendo en laborable su jornada. Ahora se explica, por ejemplo, que Espadas se haya impuesto a sí mismo la limitación de su ejercicio de alcalde a sólo dos mandatos: así, al menos, un año no tendrá que hacerle la jugarreta al patrón. Cuando tal suceda, Sevilla debería decretar un año santo como sucede en Santiago de Compostela cada vez que el 25 de julio cae en domingo. En Sevilla, lo suyo sería volver a sacar en procesión a Fernando III en el pasito del Corpus como hizo el cardenal Amigo en 2007 y 2009 para ver si así le daba un poco de prestancia a la festividad del rey que libró a Sevilla de la morisma y la defendía frente al cabildo metropolitano, que venía con las del beri. Aquel invento tampoco cuajó y la celebración patronal fue decayendo por su propio peso hasta la insignificancia actual, en que en el calendario civil se ha impuesto el petardeo de las medallas de la ciudad dentro del Lope de Vega mientras fuera los bocinazos de los coches recuerdan que se trata de un día laborable.

El año sabático, tal como se concebía en el antiguo Israel, dejaba descansar la tierra cada siete inviernos. Un barbecho sagrado, para entendernos. Así que, en correspondencia, durante el año santo fernandino -cuando la festividad coincida con domingo-, debería dejarse descansar el monocultivo de la ciudad. Por ejemplo, dejando sin ocupar las viviendas turísticas y sin veladores, los bares, para alivio del vecindario. La Catedral abriría de par en par sin cobrar la entrada a los visitantes y el Alcázar descansaría de actos, homenajes, cócteles y cenas para los miles de invitados que atiborran sus salones sin descanso los doce meses. Podríamos seguir ampliando la lista de cosas que dejaríamos de hacer todos en el referido año sabático: el Prado de San Sebastián se quedaría un año en baldío sin feria de las naciones ni pistas de hielo; la plaza de toros, una primavera completa sin chinos en la puerta para visitar el museo más visitado de la ciudad; el parque de María Luisa y la Plaza de España, sin carreras deportivas ni metas volantes de vueltas ciclistas; la plaza de San Francisco, una Navidad sin arbolitos ni bolas gigantes; y, la calle Betis, una velá sin humeríos de sardinas asadas ni de fumateo de la parte de Ketama; en la calle del Infierno, se apagaría el volumen de los altavoces y se quedaría en silencio. Por supuesto, en los bodegones de la Feria no podrían servirse pinchitos morunos y en los pubes no habría disponibles narguiles, que los chavales ahora llaman cachimbas. ¡Qué menos que eso en un año santo fernandino!

JAVIER RUBIO

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