LA ALBERCA

La saeta del Granaíno

El gitano le cantó al Gitano como hacía años que no se le cantaba, pero sólo se habló de la lluvia

Pedro el Granaíno brilló por su saeta al Señor de la Salud de los Gitanos JUAN MANUEL VACAS
Alberto García Reyes

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Ha pasado en silencio, sin rumores. Pero este año se ha cantado en Sevilla una saeta histórica, de las que hacen daño por dentro. Fue en la Campana. De un gitano al Gitano. Con la voz paleolítica de un hombre que canta por encima de nuestras posibilidades. A las pruebas me remito. Cantó como hacía años que no se le cantaba al Señor y todos hemos hablado más de la lluvia, como si el agüilla que cayó hubiese borrado la música desgarrada que salió del balcón cuando Juanma Martín ordenó la levantá y la banda ni siquiera tocó la palillería. Nada. Sólo el Manué y el grito de Pedro el Granaíno. La propia letra lo decía. La firmaba Lutgardo García, poeta de compases largos y callejones estrechos, poeta sevillano de verdad. Poeta. «Que se callen las cornetas / y que espere la mañana, / que se callen las cornetas / porque está entrando en Campana / Jesús con la cruz a cuestas, / Dios de la raza gitana». Las cornetas se habían callado para atender el ruego del saetero. Y lo que allí sonó no tiene nombre aunque haya pasado de largo. El gitano de Graná, que es uno de los mejores cantaores que tiene el flamenco ahora mismo, se hizo sangre en el paladar cantando recortado, sin virtuosismos huecos, por derecho. Aquello duró un minuto. Un flechazo. Sin doblarse por martinete. Directo al pecho del Señor de la Salud. El que quiera saber cómo se canta desde un balcón, que busque esa voz y se abrigue.

La saeta está en declive. Por eso no quiero que la apisonadora de Sevilla me aplaste y hoy, cuando ya todo ha pasado, vuelvo atrás. A hacer memoria. La saeta atraviesa un momento crítico por dos razones: porque cada vez menos gente sabe valorarla y porque, por esto mismo, los verdaderos cantaores se han quitado del medio. Hay grandes artistas que persisten, pero apenas se habla de ellos: José de la Tomasa, Manuel Lombo, Jesús Méndez... Cantan por devoción, por costumbre, por necesidad. Y, sin embargo, no siempre se les da su sitio. Le pasó al lebrijano José Valencia, que es otro artista de tronío, en la entrada de la Macarena. La banda lo interrumpió en mitad de un cante apoteósico y la gente no dijo nada. Como tampoco se ha dicho nada de la obra del Granaíno ante el Moreno. Una saeta para la antología. Pedro se templó cuando vio venir los ciriales por el Duque y nada más revirar se estiró con una queja de tiempos pasados. Cantó por seguiriya de verdad. Sin melodías folclóricas. Hizo exactamente una del viejo Manuel Molina al estilo de Manuel Torre, un majareta de Jerez de quien dijo Lorca que tenía sonidos negros. El Granaíno abrió la boca y le enseñó a la ciudad por qué canta así: porque donde los demás tenemos la campanilla, él tiene una estalactita. De su garganta no estaba saliendo su grito, sino el de toda su raza, el lamento prehistórico de la gitanería, su rezo primitivo. Y Jesús, con la cruz a cuestas, se giró para escucharlo. En la hermandad lo sabían. Habían buscado a Pedro para esto. Pero la lluvia ha borrado hasta el gusto. Todo se lo ha llevado el agua. Todo menos mi ole. Ese me lo quedo yo para los Gitanos de Sevilla. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: ole.

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