PÁSALO

¿Revisar qué?

Quieren ser tan justicieros que se olvidan de aquellos a los que debemos tener siempre presentes

Miguel Carcaño, autor confeso del asesinato de Marta del Castillo EFE/JAVIER CEBOLLADA
Felix Machuca

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Esa es la pregunta. ¿Revisar qué? ¿Vuestras cabezas cínicamente amuebladas? ¿Vuestros corazones tan duros como piedras con el dolor de las víctimas? ¿Acaso vuestra obtusa interiorización de aquel principio que aconsejaba odiar al delito y compadecer al delincuente pero se olvidaba de las víctimas? ¿Qué hacemos con la parte más afectada, más dañada, más maltratada por una barbarie como la que sufren tantas familias españolas a las que les mordió el destino más duro? ¿Las olvidamos? ¿Les refregamos por sus ojos y por sus entrañas esa provocación insufrible de ver en la calle, lejos de los silencios de la cárcel, a los que violaron, martirizaron y asesinaron a lo que más querían de su casa? Miren ustedes, los que quieren revisar la pena de los verdugos, deberían ocupar su tiempo en revisar antes otras cosas mucho más urgentes y necesarias para la credibilidad del sistema. Revisar conductas reprobables con el dinero público; revisar nepotismos desvergonzados en una sociedad comida por el paro; revisar la facilidad con la que algunos narcos encarcelados dirigen sus negocios desde el trullo a lo Totó Riina; revisar el broche de la cadena que esclaviza al contribuyente con impuestos medievales; revisar los múltiples chiringuitos montados para dar de comer a improductivos patológicos en nombre de la mujer, del homosexual, del lince y, próximamente, si Dios no lo remedia, de la avellana verde trianera…

Eso es lo que deberían revisar. Pero nunca jamás lo que supone un alivio sicológico para el drama familiar de las víctimas. Y también un asidero para agarrarse y creer, pese a todos los pesares, en el sistema. La Victimología es el tratado que estudia a las víctimas. Y deberíamos profundizar, sustanciar y darle el escaparate que merece en nuestra sociedad a ese tratado que existe para que los perdedores absolutos de situaciones extrem damente violentas no acaben olvidados por el Estado y abandonados a su malísima suerte. Verán. Un verdugo, un criminal, un asesino sobrevive a su barbarie por la civilizada acción de un Estado que le asegura derechos y garantías. Un delincuente que ha sido detenido tiene derecho a no declarar, a ser asistido por un abogado de oficio (si no tiene uno propio) a la presunción de inocencia, al in dubio pro reo, a la aplicación de la norma penal retroactiva más favorable, a beneficios penitenciarios si cae en el trullo, a que no se le aplique la doctrina Parot si lo suyo es un delito de terrorismo. Ese proteccionismo de la víctima es absolutamente necesario en un Estado de Derecho. Y ninguno de nosotros, si fuéramos alcanzados por la mala hora, esa en la que los demonios te inspiran para enfangar tu vida en un delito clamoroso, no rechazaría jamás estas garantías.

El problema de los revisionistas es que quieren ser tan justicieros que se olvidan de aquellos a los que la estampida del crimen pisoteó sus vidas para siempre, aquellos que realmente fueron abrasados por el fuego de sus verdugos. Ciertos delitos se sitúan bajo el paraguas de la pena de prisión permanente revisable. Se lo expongo más claro: si alguien es capaz, como Carcaño, de mofarse del Estado de Derecho, de la Policía, del ministerio del Interior y darle un bocado con sus mentiras al presupuesto público, riéndose encima del dolor incalculable de la familia del Castillo sometida a un eterno duelo, ¿qué derecho tiene semejante hiena a que su pena pueda ser revisada y a que, por buen comportamiento, por ejemplo, vea la luz antes de que la familia de su víctima tenga un lugar para llevarle flores a la tumba de Marta? Y como la familia de Marta están las de Sandra Palo, Diana Quer o la chiquita de Huelva, Ana María, a la que el Boca violó y asesinó con tan solo nueve años… ¿Y queréis revisar qué cosa? Ya no os quedan pinzas para que no se os vaya la cabeza. La tenéis tan perdida como la decencia.

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