En primera persona

Sánchez rompió a hablar como Belén Esteban, repitiendo lo de «en primera persona», que es el nuevo pronombre

Antonio Burgos

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No le pusieron la alfombra roja de los Oscar o los Goya... o del Circo Mundial, que también hay que decirlo. La que tendían a toda prisa dos empleados circenses vestidos como el que enseña el pizarrón de los kilos de los toros en la plaza de Las Ventas, y que volvían a retirar a tal velocidad que quedó como comparación popular:

-No me invites a otra copa más, que yo me lío antes que la alfombra de un circo.

No, no le tendieron la alfombra roja de las grandes bienvenidas cinematográficas. Pusieron a sus pies otra alfombra, cual una servil y aduladora Televisión Española en hora de máxima audiencia, entrevistado no precisamente por dos perros de presa, sino por agradadores del medio público, no por gente peligrosa de los privados. Y en cuanto a alfombra, alfombra, lo que se dice alfombra, ¿cuál mejor que una maravillosa de nudo español de la Real Fábrica de Tapices? Todo en un ambiente como de anticipado mensaje de Navidad. Faltaba un árbol con bombillitas al fondo, porque prontito va a poner un Nacimiento quien tomó posesión de su cargo de presidente del Gobierno con un taurino «dejadme solo» ante la Constitución, sin Crucifijo ni Biblia.

Hablo, como habrán adivinado, de la primera ascensión de Sánchez a los cielos de TVE ante los ciudadanos (y ciudadanas, por supuesto) que no habían tenido ocasión de escucharle el «esta boca es mía» desde que le mandó el camión de mudanzas a Rajoy a esa misma Moncloa en la que aparecía campechanamente sentado en el Salón de Columnas, en un sillón como de sala de espera de médico privado caro, caro, caro.

Me tragué enterita la entrevista con Sánchez, y saqué una conclusión: la inutilidad de la mayoría absoluta que le dieron los españoles a Rajoy, la más desaprovechada de la historia de la democracia. Sin mayoría de ninguna clase, con una ochentena de diputados, a golpe de decreto-ley, Sánchez ha llegado y pum, pum, pum, como si tuviera mayoría absoluta. Ha hecho antes de sus 100 primeros días todo lo que Rajoy no se atrevió en dos mandatos: decir «aquí estoy» yo. Tras dar 9 millones de euros a los sindicatos para callarles la boca y que no haya más manifestaciones de jubilados, ha ido al grano de la barra libre de la sanidad universal, a la subida de las pensiones, a acoger demagógicamente al Aquarius cuando a las costas de Andalucía llegan a miles los inmigrantes en patera sin que se monte el numerito de bienvenida que se organizó en Valencia... Con una birria de minoría parlamentaria, Sánchez ha borrado del mapa a Ciudadanos; de modo que cuando sale Inés Arrimadas por televisión, en vez de decir «a esta es a la que voy a votar», se pregunta uno: «¿Pero Ciudadanos existe todavía?». Ah, y anunció Sánchez en el besahuevos de TVE algo que nos quita el sueño a los españoles, eso sí que es un problemazo de verdad: que Franco está todavía enterrado en el Valle de los Caídos. Sus muertos, lo que le gusta a esta gente un cadáver para arriba y para abajo, de rojos o de nacionales, con tal de que nos olvidemos de lo fundamental, que es que Europa cada vez nos echa menos cuenta y que se está empezando a derrochar el dinero público que veremos a ver la deuda que dejó Rajoy dónde va a llegar.

Pero sobre todo lo que más me sorprendió de Sánchez es que rompió a hablar como Belén Esteban, repitiendo una y otra vez lo de «en primera persona», que es el nuevo pronombre que sustituye al «yo» en tertulianés vulgar. Perdí la cuenta de la de veces que dijo que iba a hacer algo o que sabía algo «en primera persona». Él. Y de convocar elecciones, ni mijita. Este agota el mandato y va por la mayoría absoluta. Actúa como si ya la tuviera. ¡Igualito que el timorato Rajoy que nos ha llevado a esto!

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