Polonesa

Serán unos malvados, pero son «nuestros» malvados. Esta práctica sectaria infecta a la izquierda y también a la derecha

Los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski, miembros del partido «Ley y Justicia» EPA
Manuel Ángel Martín

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Ese Ejecutivo busca controlar el Estado (sic). Desde que llegaron al poder, han emprendido una purga a fondo de las instituciones para construir un Estado a su imagen y semejanza. El partido en el poder no soporta a cualquiera que no comparta su ideología. ¿Les resultan cercanas las situaciones anteriores descritas por la oposición, en este caso de izquierda? Pues el partido a que se refieren es al polaco «Ley y Justicia», que con ese nombre tan carca aquí no ganaría ni las elecciones al colegio de abogados. La corresponsal en Polonia de un medio escrito español, recoge en boca propia y ajena las demoníacas actuaciones del «PiS», ese partido que se atreve a defender que «Polonia es un país de profundos valores cristianos y que debe proteger la familia tradicional». Parece mentira, un país que se situaba hasta anteayer en la gloriosa certeza del ateísmo y bautizaba con el topónimo de su capital Varsovia la alianza militar del comunismo. Todo indica que el paso por el estalinismo no ha dejado mucha huella más allá del gusto por el intervencionismo y las cosmologías totalitarias, ya sean religiosas o civiles, y sobre todo en las formas, controladoras y autoritarias, porque en los contenidos y valores se han cambiado de bando con armas y bagajes. La crónica de referencia da cuenta de la destitución y declaraciones del director del «Adam Mickiewicz Institute», algo así como nuestro Instituto Cervantes, y los de una serie de organismos oficiales. Ahora van por la reforma del sistema judicial y luego irán por los medios de comunicación que aún permanecen independientes. ¿Les suena todo esto a ustedes? Detrás de todas estas «reformas» cuentan que está el líder ultra Jaroslaw Kaczynsky que fue, con su fallecido hermano, pionero con Lech Walesa en aquella primavera polaca que ha terminado por resultar invernal para el comunismo.

La progresía europea gusta ahora de Portugal o de Grecia pero nada de las democracias húngara o polaca, y no es por sus políticas, sino por quién las haga y al servicio de qué ideología estén, porque sigue estando en vigor aquello de que el fin justifica los medios y de que serán unos malvados, pero son «nuestros» malvados. No se me escapa que esta práctica sectaria infecta a la izquierda y también a la derecha. El amiguismo partidista generalizado que hoy se denuncia en Polonia nos invade por doquier y ya va resultando endémico al mundo político, pero aquí y allá hay que ser capaz de denunciarlo «venga de donde venga», que decía la frase tópica e hipócrita. El presunto fin del bipartidismo puede inaugurarnos un «turnismo» de nuevo cuño con una masiva y frecuente rotación en todas las administraciones y a todos los niveles. Con la gravedad añadida de que se transforme en costumbre, en regla del juego aceptada a la espera de que cambie la racha y les «toque» a los nuestros cambiar los hombres, los nombres (al menos los de las calles) y la historia. Hasta que lleguen otros.

@eneltejado

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