LA TRIBU

Pan y aceite

Vino el amigo a traer medicina y a medicina le sabe el pan y a medicina el aceite

El pan y el acite se pueden disfrutar en compañía de un buen amigo RUIZ DE ALMODÓVAR
Antonio García Barbeito

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Los amigos tienen esas cosas, y distinguen muy bien el valor del precio, y saben que hay cosas carísimas que resultan baratijas, y cosas sencillas y baratas que saben a tesoro. Los amigos que saben el camino de la casa del amigo es gente muy especial, sépalo. Si es amigo y además es observador, curioso, detallista, hace memoria, recuerda qué fue lo que le alegró al amigo una vez, y cuando va a verlo, porque el amigo esté pasando una mala racha, le deja algo que ese amigo generoso sabe que al agasajado le va a saber a gloria. Otros, aunque no sean ni observadores ni detallistas, se llenan las manos de cosas que dar y se vuelcan en una irrefrenable necesidad de colmar gustos del amigo. He recordado a veces cuando el Cangui venía con una anilla de espárragos o una media cubeta de caracoles, espárragos y caracoles que costaron mucho arrancárselos al campo, pero él llegaba dándose, como una lluvia generosa deseosa de empapar de vida al amigo.

Esta vez el amigo vino, desde muy lejos, a ver al amigo. El amigo, observador, amén de generoso, sabe que hay dos sabores que a su amigo lo pierden, el pan y el aceite. Vino desde lejos, y vino porque sabía que su amigo no estaba como él lo conoció, que cruzaba —cruza— duras noches de angustia y aun a veces de desesperanza. Había pensado en su amigo enfermo, y pensó en dos medicinas que él sabe que a su amigo le van a sentar muy bien. Así que se fue al molino y compró aceite, y así que alargó la mano y cogió pan. Aceite de su pueblo y pan portugués, y en medio, él, el amigo, cosario de afectos que está convencido del éxito de su mercancía. Cualquiera podría pensar —«Todo necio / confunde valor y precio»— que un par de panes y una lata de aceite es un regalo barato… Piensan mal, no saben pensar: el pan y el aceite lo tiene el amigo que recibió el regalo desde que se bajó de los pechos de su madre. Es más, el amigo que vino a traer no sabe que el amigo que lo esperaba hizo una palabra de las dos, hace mucho tiempo: panaceite. Aquel panaceite del hambre de los niños pobres de su infancia. El divino panaceite que regó tantas meriendas. Aceite de la soledad huelvana de la encina, ay, castillo de frontera, dile al aire de la noche que la luna no lo vea, y pan —dos moliendas— de las veras hermanas donde el deseo del aire son barrancos bilingües y aun trilingües. Vino el amigo y vino a bendecir la cocina con su regalo. Vino a traer medicina y a medicina le sabe el pan —las rebanadas ya son torrijas— y a medicina el aceite. Otras veces será vino, o aceitunas, o naranjas, o algo de la sierra, o las manos nunca desnudas del abrazo. Los amigos…

antoniogbarbeito@gmail.com

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