EL RECUADRO

Obispos vascos, qué cruz

Lo más triste y grave ha sido lo pronto que han saltado los obispos vascongados

Alberto Jiménez-Becerril y su esposa Ascen fueron dos de las víctimas de ETA ABC
Antonio Burgos

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En un lugar de la Francia, de cuyo nombre no me da la gana de acordarme, ha anunciado la ETA que va a celebrar a comienzos de mayo florido y hermoso una conferencia internacional para anunciar su disolución. No hacía falta. La ETA, como la materia, ni se crea ni se destruye: se transforma. Y gracias a Zapatero y a los pactos por debajo de la mesa en el famoso Proceso de Pazzzzzz, de cuyo contenido nunca nos enteraremos, ha ya tiempo que la ETA de hecho se disolvió, como azucarillo en taza de café, para transformarse en Bildu e integrarse en las instituciones. Se quitaron las caretas y se quitaron las capuchas, porque no era forma de ir así a las alcaldías, a las concejalías, a las diputaciones, en las que ocupan el poder. Ya no tienen que secuestrar a Ortega Lara, porque tienen secuestrada la democracia en las instituciones que ocupan. Ya no tienen que cobrar el impuesto revolucionario, porque somos todos los contribuyentes, con los dineros del Estado, quienes les pagamos los sueldos a esos cargos públicos, a esos grupos municipales o parlamentarios. ¿De qué les sirve entonces mantener el tinglado de la antigua farsa de la ETA, si ya han conseguido lo que querían, y a más que llegarán? Dios quiera que me equivoque, pero estamos a cinco minutos de un referéndum sobre la autodeterminación de las Vascongadas.

Han anunciado todo esto en un comunicado en el que piden perdón no por las víctimas, no por haber asesinado al doctor Cariñanos en su consulta, o a Jiménez Becerril y a Ascen, su mujer, casi al pie mismo de la Giralda. Dicen que estos hombres de paz que mataron con sus balas asesinas o sus bombas eran «parte del conflicto». Piden perdón por las víctimas colaterales. No por los militares, los jueces, los periodistas, los policías nacionales, los servidores de la Patria cuya divisa es el honor. Como si hubiese sido un bombardeo ordenado por la OTAN, piden perdón por las víctimas colaterales.

Pero lo más triste y grave ha sido lo pronto que han saltado los obispos vascongados. Han leído el comunicado del paripé de disolución de la ETA y les ha faltado tiempo para emitir el suyo, cantando la gallina de la forma más lamentable. Dejando más claro que el agua del Jordán que hubo una Iglesia vasca colaboradora necesaria de la ETA, que a pesar del «no matarás» se puso del lado de los verdugos y no de las víctimas; que se negaba a decir funerales por los asesinados en aquellos tristes años de plomo y del malhadado Setién. Más claro no lo han podido decir los mitrados vascos: «Somos conscientes de que también se han dado entre nosotros complicidades, ambigüedades, omisiones, por las que pedimos sinceramente perdón». Y si no los perdonamos, porque lo que hicieron no tiene perdón de Dios, ¿qué passssa? Pongo los nombres de estos firmantes de la «excusatio non petita, accusatio manifesta», para que sepamos con qué bueyes aramos: el arzobispo de Navarra, Francisco Pérez González; los tres obispos de las diócesis vascongadas (Mario Iceta, de Bilbao; José Ignacio Munilla, de San Sebastián; Juan Carlos Elizalde, de Vitoria), además de Marc Aillet, prelado de Bayona (Francia), y el obispo auxiliar de Pamplona, Juan Antonio Aznárez. No saben estos señores obispos no sólo el daño que en su día hicieron a la Iglesia, como encubridora y cómplice de asesinos de inocentes, sino el de ahora. Que los obispos vascos pidan perdón por los asesinatos de la ETA y den por hecho que Navarra es parte de las Vascongadas, es una invitación a no poner la X en la casilla de la Renta. Sobre el daño que hicieron, el que harán. Como esos párrocos separatistas catalanes, que con las banderas independentistas estrelladas colgando de los campanarios no saben que son una invitación a no poner la X a favor de esa ONG donde nadie mete la mano en el cajón y que es la Iglesia de España.

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