LA TRIBU

Mañana de oro

Dios huele a romero, la huella de Dios es la misma que la del romero

Preparativos de un escaparate para el día del Cospus MJ LÓPEZ OLMEDO
Antonio García Barbeito

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Con pasión celebro el día cuando Dios tiene el detalle de pasear por la calle vestido de Eucaristía. Mañana de mi alegría. Con juncia y romero hago del Corpus mi gran halago de criatura popular… Mañana de oro. Mañana de colchas en los balcones, altares y ramas de pino, y de palmera, y de eucalipto, y de chopo, sobre la pared; y patios que salían a la calle en la belleza de sus plantas de mayo o de junio… Mañana de oro. Niños de primera comunión, y las autoridades, de gala, cerca del palio bajo el que va el cura con el copón. Mañana de oro. Una banda de música —la misma, toque la que toque—, una vara de mando, un charol con amarillo de gala, el pueblo vestido en su día más especial, y las calles alfombradas de juncia y romero. Dios huele a romero, la huella de Dios es la misma que la del romero. El pinar se ha precipitado con sus mejores olores a las calles del pueblo. Luz de oro, mañana de oro. Calles de oro. Cal de oro. Plata de oro. Todo es de oro.

Qué grande, y qué prudente, es el Dios del Corpus. Dios de todos. Dios que callejea queriendo mirarnos a todos, hablarnos a todos, darse a todos. No es el Dios de la misa, más serio; ni el Dios de los entierros, luctuoso; ni el Dios de interior de triduos y novenas. El Dios del Corpus es un Dios abierto, paisano y, aunque sin confianzas que pudieran menoscabar su divinidad, muy cercano. No es aquel Dios de la doctrina, aquel Dios que nos decían que castigaba si no nos sabíamos bien una oración o unos mandamientos, si juntábamos tres pecadillos veniales, y que se ponía con nosotros, en la penitencia, más serio que el maestro cuando cogía la palmeta. No. El Dios del Corpus, el que los niños sentíamos volar —alas de oro— por la mañana divina, era un Dios amigo de los niños, un Dios, aunque con toda la importancia de serlo en una mañana tan especial, alegre. Era un Dios de los pinares, por el romero y las ramas de pino, y de la vega, por la juncia y las ramas de chopo, y de los patios, por las plantas, y del campo todo, por las espigas granadas y el racimo de uvas agraces. Dios vecino, Dios de casapuerta y de esquinas, Dios que nos permitía reírnos, ser niños dentro de la formalidad, seguir teniendo una actitud venial en la fila de la procesión. Mañana de oro, de oro que iba madurando a cada paso, como un sol de espiga. Mañana de fiesta sin alboroto, sin baile y sin saltos, sin gritos. Mañana de oro cuyas imágenes guardábamos para la memoria, mirado todo al través del viril de la luz divina del día. Cuando el sol duro del mediodía secaba la alfombra de juncia y romero, los niños sabíamos que ya Dios se había ido a su Casa…

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