La locura

Nuestro reino por un velador vacío, aunque nos sirvan sin limpiarlo bien

Atascos veraniegos en la A-49 J. J. ÚBEDA
Antonio García Barbeito

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Ya ha empezado la locura, ese desmadre de coches de la llamada operación salida. Sentados en una silla ante un velador, o sin velador, en el malecón de cualquiera de los mares asomados a la carretera, en la tribu había hombres que los domingos se entretenían contando cuántos coches pasaban camino de la playa, y eso mismo hacían por la tarde, para contar cuántos volvían. Algunos de aquellos hombres, que habían conocido la primera máquina que ocupó la calle o el campo, no se creían que la playa pudiera concentrar tantos vehículos: «Este domingo ha sido una exageración; he contado cuatrocientos treinta y dos vehículos, entre coches y motos. Y la vuelta, peor que la ida, raspando los quinientos…» Hoy, en cuanto te descuides, quinientos vehículos los puedes ver, casi todos guardando cola, en una gasolinera. Quinientos coches caben hoy en menos de un kilómetro de atasco, si la vía tiene dos o tres carriles. La locura está servida sobre ruedas, y aunque lo sabemos, repetimos la operación todos los años, así en julio, agosto y septiembre. Como si ya no fuésemos capaces de vivir con desahogo de espacio.

La locura. Y no sólo para ir a pasar unas largas o cortas vacaciones; la locura la podemos ver todos los fines de semana, en cuanto aprieta el calor, primavera, otoño y semanas templadas de invierno. Como si la playa fuese la piscina de Siloé, nos falta tiempo para encaminarnos al maravilloso espectáculo del mar, como si las aguas fueran milagrosas y nos transformaran en dioses. «El mar, el mar y no pensar en nada…!», escribió Manuel Machado, aunque no se refiriera a esta locura sino a la belleza de un ocaso. He dicho que a veces parece que no podemos vivir sin un atasco, sin un cabreo, sin pasarnos horas y horas en una carretera atestada de vehículos. Eso parece. Y como en la carretera, en el chiringuito, el puesto de calentitos o el restaurante, que parece encantarnos preguntar quién es el último y ver que tenemos por delante a quince personas. Nuestro reino por un velador vacío, aunque nos sirvan sin limpiarlo bien. Nuestro reino por un aparcamiento a un kilómetro del agua. Nuestro reino por un sitio libre entre sombrillas y neveras, niños –o mayores- jugando a la pelota y gente que va para bañarse o vuelve del baño. Gente en los bares; gente circulando, a pie o en coche; gente paseando por la bajamar o aprovechando el oleaje de la pleamar; gente bañándose y gente tomando el sol; gente aprovechando lo que guarda la nevera y gente que parece muy feliz con el cuerpo pegajoso de sudor y arena. Gente —mucha de ella— que si llegaran a una playa desierta, les parecería una locura.

antoniogbarbeito@gmail.com

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