La isla de los volcanes

El relato más romántico, puro e idealista del Mundial lo han dado los islandeses

Johann Berg Gudmundsson, jugador de la selección islandesa de fútbol EFE/EPA/Hanna Andrésdóttir
Felix Machuca

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Durante estos días de enconada competición en el mundial ruso hemos asistido, hasta que una eliminatoria lo desactivó, a un bonito relato de pureza y romanticismo deportivo, simbolizado por una selección de vikingos. Me refiero a la de Islandia. Un grupo impensable en un mundial hace tan solo unos años y que por las buenas artes gestoras de sus dirigentes, han pasado del puesto 135 en el ranking de la Fifa al 22. Antes de esa irresistible ascensión, los islandeses fueron descartados para jugar el torneo del polideportivo Kendal. No eran nadie. Sus jóvenes se afanaban en deportes como el handball y en subir las cumbres borrascosas de su criogenizada geografía. Y lo más parecido a un balón de fútbol que se habían llevado a sus manos, eran las gordas cabezas de nieve con la que los niños coronaban los muñecos invernales en las calles de sus pueblos. Islandia está al norte del norte, tirando hacia el oeste, donde las ovejas son mucho más numerosas que sus habitantes y los ciento cuarenta volcanes convierten su paisaje en un trasunto tan exótico y salvaje que, los de Juego de Tronos, han rodado muchas de sus secuencias en escenarios naturales tan extremos. Su principal fuente de energía es la geotérmica. O sea, el calor con el que confortan sus casas y le dan al agua doméstica una temperatura deliciosa lo obtienen de esos volcanes.

Pero nada de esto resulta trascendente para entender el relato de pureza y romanticismo que han dado los islandeses en el Mundial. O tal vez sí. Porque es la expresión de un espíritu indomable que no se doblega ante adversidades sin contemplaciones. Medio país, casi 150.000 personas, acompañaron a los suyos hasta Rusia como si fueran soldados de Erik el Rojo. Medio país tras una selección y animando a los suyos con el rito y el grito ancestral de sus guerreros navegantes. Medio país creyendo en el milagro de los hombres de hielo que de no tener fútbol han pasado a ser la revelación de los últimos años. Y todo porque los responsables de tan complicado mundo deportivo hicieron las cosas como hay que hacerlas: invirtiendo en escalafones inferiores, multiplicando técnicos y entrenadores y techando campos de fútbol para que se pueda seguir jugando cuando el invierno espanta de frío a los pingüinos. También es cierto que allí resulta imposible pensar que dos días antes de encarar una competición mundial, al entrenador de la selección lo camele un relevante patriota del dinero y deje a sus pupilos solos ante el peligro. Esas cosas no suelen hacerlas lo vikingos. Las hacen los caballeros del honor del ibex…

Cuando el divino Sampanoli, Sampaoli he querido escribir, aterrizó en Sevilla con sus tatuajes de maorí y sus camisetas negras estilo Empetaíto de Montesión, desató su verbo austral para loar las virtudes del juego que quería ver en el Sevilla. Quería que sus jugadores se divirtieran como niños jugando a la pelota en las calles y en los patios del colegio. Quería que el amateurismo se impusiera sobre la disciplina de la profesionalidad, pese a que todo lo que le rodeaba y lo que se le exigía era muy profesional. Tan profesional como el presupuesto con el que el club avalaba sus aspiraciones europeas y con el peculio que se le pagaba al en absoluto calmoso entrenador. Gran camelo. Pero la idea era atractiva. Los chicos debían meterse en la piel sensible de las sensaciones liberadoras y creativas de los amateur. Queo, queo pájaro negro. Aquí la lección amateurista más verdadera la han dado los chicos de la isla de los volcanes, donde no hay más de cien futbolistas profesionales, siendo el resto eso que tanto admiraba, con convicción de plástico, Sampaoli: amateur. Entre los vikingos que nos deleitaron con su bravura en Rusia había un buen número de granjeros, un gasolinero y el odontólogo que los dirigía desde el banquillo. Todos ellos gozan de unos dientes maravillosos para enseñarlos cuando compiten por derecho. Aquellos que se entregan por encima de sus posibilidades y cobran por debajo de lo que la vergüenza nunca permitiría, me parecen héroes de leyenda. Tan osados, valientes y nobles como jamás entendería un bocazas como Sampaoli, ni un desleal insoportable como Lopetegui.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación