Instintos primarios

Lo importante ahora es lo primario. Ganar las primarias para asentar los glúteos y atornillarlos al sillón de Génova

Pablo Casado, durante la votación en las primarias del pasado jueves EP
Francisco Robles

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Las primarias del PP han sido algo más que una experiencia inédita en el partido que aglutinaba el voto de la derecha, y que ahora debe disputárselo a la naranja mecánica, un tanto atascada, de Ciudadanos. Las primarias del PP van más allá de los resultados que han sorprendido a los que todavía no se han enterado de que el control del aparato del partido no tiene nada que ver con el apoyo de la mayoría de los militantes. Le ha pasado a Cospedal como antes le sucedió a más de un controlador del PSOE. Los aparatos se manejan gracias a las listas, que no a los listos: si me apoyas, irás en la lista electoral, y en puesto de salida que te dé entrada en la administración correspondiente. De ahí a ganar un sueldo con el que pagar las hipotecas inmobiliarias y políticas solo hay un paso. Y con levantar la mano en el momento preciso es bastante. Sin embargo, el voto secreto del militante es un peligro que corre quien no puede controlar ese momento sagrado de la democracia. A la vista está.

Las primarias del PP están siendo, en el sentido profundo de su proceso, una nueva demostración palpable de los rudimentos de la política actual. Todo se queda en los instintos primarios, que para el aristotélico animal político son dos: conseguir el poder y conservarlo una vez que se tiene. Punto seguido, que no final. Porque ese instinto se mantiene encendido como el fuego que Prometeo les robó a los dioses. Ese fuego del poder es el que mantiene viva la llama de la ambición. Leña al adversario del partido de enfrente, y más leña al enemigo que está dentro del propio partido cuando te disputa el poder intramuros. En eso consiste todo. Lo demás es un adorno, una excusa, un paripé.

Que levante la mano quien sepa cuáles son los contenidos políticos, económicos o culturales en los que se diferencian los candidatos para dirigir el partido pepero. Aquí no se trata de eso. Como ha sucedido tantas veces en otras formaciones, la trifulca se establece por el control del partido, o sea, del poder. El resto se negocia luego. Cambalache del siglo XX que cantaba el tango, y del XXI que va por el mismo camino. Lo importante ahora es lo primario. Ganar las primarias para asentar los glúteos y atornillarlos al sillón de Génova. Pactar con la perdedora, tratar de integrar al segundo, hacer lo que sea con tal de llegar a lo más alto. El análisis se agota en este punto, y Maquiavelo se retira a descansar en la playa. No hay más.

Por eso no levantan olas de entusiasmo las elecciones primarias en los partidos. Porque no hay debate. Ni siquiera se molestan en montarlo, en ponerse delante de una cámara de televisión, en lanzarlo por streaming. Nada de nada. Todo se queda en estrategias, en apoyos, en manejar los hilos en la sombra del titiritero. Cencerros tapados. Negociaciones a bocajarro en los reservados de los restaurantes. Queman los teléfonos móviles. Posturas y composturas. Y mucho postureo. Las primarias son la demostración de que la política camina por los senderos de los instintos primarios. Y el objetivo único es salir en la foto.

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