LA TRIBU

Infierno

«Dale donde más le duela…», decimos, y el dolor puede estar en un hijo...

Una manifestación contra la violencia de género RAFAEL CARMONA
Antonio García Barbeito

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La maldad es capaz de rebuscar en sus forros hasta encontrar las más atrabiliarias formas de sufrimiento ajeno. Tremendo error. Laura Campmany, hija del inmortal don Jaime y poeta de altura, nos dijo en un soneto: «…el daño más atroz, el más profundo, / lo llevan en el alma los que hieren…» Cierto, Laurita. El daño más atroz lo llevan en el alma los que creen que la mejor forma de matar a otro es matarle lo que más quiere, ya sea una madre o un hijo. Cuando los rencores entre los hombres tenían cerca el campo, el que quería herir buscaba dónde estaba lo que más quería su enemigo, ya fuera un pajar, unas bestias, unos olivos, y allí se metía y destrozaba cuanto podía, porque así se aseguraba que su enemigo viviría para tragar el amargor del daño recibido, al tiempo que destrozaba lo que estaba tan ajeno a la disputa, el rencor, la venganza.

Otro caso de posible violencia familiar en la que el violento mata los alrededores de su enemigo —su mujer, qué triste— para hacerle pasar el doble infierno de ver cómo mueren sus hijos y tener que aguantarlo. Y el supuesto homicida, cobarde maldad, indeseable humano, se quita la vida para dejar dos territorios perfectamente definidos, el de la muerte, donde también está él, y el de la vida, donde deja, sola y con todas las penas, a quien quería herir y ha herido hasta el infinito. Esa mujer, ahora, irá como Hernández, «umbrío por la pena, casi bruno, / porque la pena tizna cuando estalla…» Tremendo error, matar a quienes no tienen culpa de nada para que sufra quien posiblemente tampoco tenía ninguna culpa, más que la de haberse equivocado al elegir pareja. La maldad viene de lejos, desde el origen del hombre. El hombre ha sabido siempre dónde golpear para que duela más y lo sufra la víctima que se busca, aunque no reciba el golpe en su propia carne. «Dale donde más le duela…», decimos, y el dolor puede estar en un hijo, en un bien material, en unos padres, en unos hermanos. La maldad no sólo disfruta con el daño ajeno, disfruta viendo cómo el enemigo sufre al ver ese sufrimiento. Variante de tortura, al fin. Pero con muchos cobardes en juego. Y como matarte no te va a dar suficiente dolor, mato a tus hijos —que son los míos; qué horror— para que sufras ese golpe, y después me quito la vida, para que no puedas vengarte en mí. Estamos locos, Dios mío. Estamos recorriendo una locura. Incapaces de levantar el mundo con gestos de amor, lo rompemos y lo hundimos para que todo sea el reino de la maldad. No hace falta esperar ningún infierno: lo estamos construyendo aquí, día a día. Y no queremos verlo, y no queremos verlo.

antoniogbarbeito@gmail.com

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