PERFIL EN EL AIRE

Los incansables

Los nacionalistas nunca se cansan de serlo, se mueren con esa idea como Setién

Francisco Robles

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«Sucede que me canso de ser hombre». Lo escribió Pablo Neruda en «Walking Around», uno de esos poemas donde se mezcla el surrealismo de las metáforas con la desgana de la realidad. Neruda se cansaba de ser hombre porque no era nacionalista, y porque tenía su «Residencia en la tierra», como tituló uno de sus libros, tal vez el mejor. A todos nos sucede eso de vez en cuando. Nos cansamos de vivir. Hasta que llega una mano amorosa -esto no es de Neruda, sino de Cernuda- y nos devuelve al tránsito jubiloso de la vida.

Sin embargo, los nacionalistas nunca se cansan de serlo. Incluso se mueren con esa idea. Como Setién, el obispo que se compadecía de los verdugos. A estas horas Dios lo estará perdonando para demostrarse a Sí mismo su infinita misericordia. Como infinita es la capacidad del nacionalista para torturar al yunque donde rebota una y otra vez el martillo insomne de la demagogia.

Pedro Sánchez cree que va a cansar a los nacionalistas llevándoselos de paseo a La Moncloa, dándoles palique y ofreciéndoles diálogo como si fuera un vendedor de seguros. Se equivoca este Sherezade de segunda mano, porque los independentistas como Torra solo tienen un objetivo. Saben que no pueden alcanzarlo, pero les da igual. Sufren un problema de visión que les impide interpretar la realidad de forma precisa y objetiva. Se ponen las gafas de lejos para ver lo que tienen más cerca, y se colocan las lentes de cerca para observar lo que está lejos. Pretenden explicar el mundo desde la óptica reduccionista de lo aldeano, y al mismo tiempo se afanan por encontrar la clave de su ideología pueblerina en los grandes principios de la humanidad. Un desastre.

Además de incansables, son insaciables. Viven del independentismo, que es algo así como vivir de una empresa que no fabrica nada, pero que vende muy bien lo que no hace. No se conforman con tener más que antes. Necesitan tener más que el vecino para curarse el complejo de inferioridad que padecen. Y eso choca frontalmente con la ley. Ahí está la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Sánchez. Les debe el cargo. Y no puede hacer frente a esa deuda. Le falta en su equipo un Torcuato que lo lleve de la ley a la ley. Pero Fernández Miranda murió en Londres después de haber hecho su impecable trabajo, y ahora todo se reduce a la sonrisa y la consigna, al buen rollito y a la política gestual. Del orador, al mimo. De Azaña a Sánchez.

Neruda se cansaba de ser hombre. Un nacionalista jamás sufre la fatiga de sus propios materiales. Nosotros nos iremos y seguirán los pájaros del independentismo cantando, como en el poema de Juan Ramón. Torra visitó la fuente de Antonio Machado en La Moncloa. El poeta al que denigraron los indepes. O eso creyeron. Porque no sabían que el autor de «Campos de Castilla» -horror, anatema, fascista- ya nos había dicho que una de las dos Españas, aunque no se sientan como tales, nos helaría el corazón. Y con el calor que hace, que tiene más mérito todavía.

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