Humanidad

La gente habrá dejado de ir a misa, pero no ha dejado de ayudar al prójimo

Javier Rubio

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Tenemos muchos defectos como país, pero aquí es imposible que se encarcele a niñitos llorando separados de sus padres por muy clandestinamente que hayan entrado en España. Y de eso, con independencia de las opiniones sobre la inmigración ilegal y la manera de regularla, tenemos que felicitarnos. Será porque he pasado el día de hospitales, hoy me sale la vena positiva. Y me gusta que en todos los mostradores, incluidos los de empleados malpagados seguro que con sus cuitas internas contra la compañía o la Administración que los emplea, me obsequien con una sonrisa franca. Y que haya siempre un gesto de cariño, una inflexión de la voz, un chistecito ingenuo, una mano tendida, una caricia de palabra, una real disposición a ayudar en muchos con los que me voy cruzando a diario. De eso tenemos que estar muy orgullosos. No somos ni mejores ni peores que en otras partes del mundo, pero nos preocupamos sinceramente los unos por los otros. Y, desde luego, a nadie se le ocurre obligar a una madre a quitarle los cordoncitos de las bambas a su hijita de dos años porque la norma -estúpida como todas las normas cuando se reducen al absurdo- así lo estipula para evitar intentos de suicidio en prisión. Eso, en España, no pasa. Podremos discutir -y de hecho discutimos a brazo partido- si lo del «Aquarius» ha sido una pose buenista para impresionar al electorado o si se trata de un gesto real de solidaridad, pero a nadie -¡a nadie es a nadie!- se le ha pasado ni un momento por la cabeza encerrar a los menores de edad separados de sus padres en el entorno hostil de una jaula de acero.

En el alma patria, ese concepto tan pasado de moda que me regodeo en usarlo, no hay sitio para semejante inhumanidad. Porque no se trata de leyes ni de su aplicación, ni de fronteras que todos los estados tienen legítimo derecho a defender y a controlar, sino de aplicar un poquito de humanidad.

No somos una causa perdida, ni mucho menos. El otro día supe de una viuda necesitada de dinero que en vez de desahuciar a su inquilino moroso, reza por él para que encuentre trabajo. Aunque la práctica religiosa haya decaído a un ritmo vertiginoso en las últimas décadas en un país que oficialmente se confesaba católico hasta anteayer, lo cierto es que los grandes valores cristianos de la misericordia y la compasión están inscritos en nuestro inconsciente colectivo de modo mucho más afianzado que en muchas otras sociedades más reconociblemente «religiosas». La gente habrá dejado de ir a misa, pero no ha dejado de ayudar al prójimo. Máxime si ese prójimo es una madre extranjera con su pequeño en brazos. Y eso hay que pregonarlo. Para sentirnos contentos y para exigirnos más.

No sé usted, querido lector, pero uno se siente feliz de encontrar un evidente rastro de humanidad casi a cada paso que da.

JAVIER RUBIO

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación