Un hermano

Un hermano, sobre todo un hermano mayor, es lo que tú imitas y lo que tú quieres ser, y hasta cuando haces lo contrario es porque quieres ser como él

Miguel Ángel Robles

Es el roce cotidiano de la infancia, una cama pegada a la tuya, la persona que dormía a tu lado, y que vivía a tu lado, veinticuatro horas al día y siete días a la semana, las peleas y las disputas aseguradas, me pido el sillón bueno, esta vez me toca a mí, coge tú el teléfono, yo paso de cogerlo, una contienda diaria con los padres a veces de testigos impertérritos, otras de árbitros sobrepasados y en ocasiones de enemigos comunes, y tú dependiente de tu hermano incluso en el enfrentamiento, porque un hermano lo es siempre, y lo es en el abrazo y en el hostigamiento, en la caricia y en el arañazo, en la desavenencia y en la complicidad, en la euforia y en la tristeza, en la abundancia y en la miseria, en la salud y en la enfermedad, y así hasta que la muerte os separe.

Un hermano puede ser un grano en el culo, no digo que no, pero es tu grano en culo, y no hay más que hablar, y el que quiera explotártelo te encontrará enfrente con toda tu furia salvaje. Es la línea roja que nadie puede pisar, salvo tú, claro, que para eso es tuya. Un hermano es tu hermano cuando solo quieres abrazarlo y cuando te entran ganas de torturarlo y el que se confunda con esa aparente contradicción es que no entiende nada, porque está muy claro que en ambos casos lo quieres de la misma forma. Es un nudo tan bien hecho, el de un hermano, que no puede desanudarse así como así, tan apretado que cuando algo le duele a tu hermano, también te duele a ti, y cuesta tanto vivir con el dolor de un hermano como vivir sin su cariño y su protección.

Un hermano, sobre todo un hermano mayor, es lo que tú imitas y lo que tú quieres ser, y hasta cuando haces lo contrario es porque quieres ser como él. Tus hermanos marcan el listón que te pones en tu vida, y de la altura de su listón depende la altura de tu vida. Un hermano es tu admiración y tu deseo de recibir su admiración. Y es también el último cinturón de seguridad, el último bastión de tu existencia, el último refugio en el que cobijarte, el último muro rodeando tu ciudad interior. Después de tu hermano, estás ya tú solo: desnudo e indefenso como viniste al mundo. Un hermano es el lugar donde sentirse a salvo.

Un hermano es presencia incluso en la ausencia, y aunque no esté ahí, lo está, y tú lo sabes. Es el teléfono al que siempre puedes llamar y en el que siempre te van a contestar aunque no te lo merezcas. Cuando no te queda nada, siempre te queda tu hermano, y para darte justo aquello que necesitas, que puede ser coba y caricia, pero también estopa. Porque un hermano es un espejo sabio que te devuelve enorme cuando te sientes pequeño, y pequeño cuando te ves tentado a mirar por encima del hombro. Es una terapia gratuita la que te ofrece: la mejor que uno puede recibir en la vida, porque te proporciona autoestima si estás falta de ella y te infunde humildad si necesitas una buena dosis.

Nadie te conoce mejor que un hermano, probablemente ni siquiera tú mismo, y por eso tus hermanos delimitan tu zona de confort. Un hermano es el territorio en el que puedes ser ilimitadamente tú, con todas tus rarezas, con todos tus defectos e inseguridades, pero también con todo lo mejor de ti: tu naturalidad, tu franqueza y tu creatividad no coartada. Un hermano es un sofá para tumbarse sin zapatos, tan confortable y agradable como las persianas echadas a la hora de la siesta, como una brisa de verano acariciando tus sueños, como una limonada fresca esperándote al volver a casa.

Un hermano es mucho más que un lazo de sangre. Es una aventura en común. Una novela escrita al alimón. Una autobiografía compartida: la tuya y la de tus hermanos. Es la historia de tu vida, basada en hechos reales, tan reales y a veces tan vividos que parece que sucedieron ayer. Es un día en que hicisteis juntos una cosa muy ridícula o muy divertida pero de la que solo os podéis reír plenamente tus hermanos y tú, y que es inútil contarle a nadie más para que se ría contigo, porque había que estar allí, y allí solo estaban tus hermanos. Un hermano es tu ayer, y cuando no es ni tu hoy ni tu mañana, es cuando la cosa empieza a estar torcida.

Los hermanos son las ramas de un árbol y yo en mi casa tengo un árbol frondoso con cinco ramas (incluyendo la mía) que dan sombra y frescor en los días más áridos, y también protegen del frío. Mi padre decía que éramos los cinco dedos de su mano y yo miro mi mano y me veo a mí (que soy claramente el meñique) y veo también a mis hermanos, y no puedo ni imaginarme lo que sería verme amputado de uno cualquiera de ellos. Creo que debe de haber pocas cosas más espantosas que perder a un hermano cuando aún es joven, aunque por más que lo intuya estoy seguro de que no soy capaz de calibrar ese dolor.

Porque un hermano es el paraíso del que venimos. Son los días dorados de la infancia a los que continuamente regresamos para reconfortarnos. Ese tiempo sin responsabilidades ni preocupaciones en el que estábamos tan bien que ni nos dábamos cuenta de lo bien que estábamos. Y es también el paraíso con el que soñamos después de la vida, el de los primeros abrazos que querríamos recibir al cruzar el umbral, cuando el tiempo se nos agote. Un hermano es el principio y el final. Y es también el camino. Y poco más tengo que añadir, salvo que me siento privilegiado por tener los hermanos que tengo.

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