PÁSALO

La Glorieta Navarro

Luis Navarro es una de las excelencias locales que nos hacen mejores, más sabios y más humildes

Luis Navarro en la presentación de uno de sus libros JUAN CARLOS MUÑOZ
Felix Machuca

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A la sombra de los júpiter, arrayanes y palmeras, colonizadas por cacatúas americanas, la Glorieta de la Lonja, de nombre desconocido para la mayoría de los sevillanos, será bautizada en breve con el santo y seña de un prestigioso y sencillo catedrático americanista. Frente a esos jardincillos donde las camborias hacen diariamente su acopio de mirto para leerle, con faltas de ortografías al manual del racionalismo, las palmas de las manos a los guiris, se erige un grandioso taller. Ese taller que, por ejemplo, García Cárcel, gran historiador, no supo encontrar como herramienta nacional para combatir la leyenda negra. La propia Elvira Roca lo subraya en su ya superventas «Imperofobia y Leyenda negra» (página 38) obviando ambos la gran realidad carolingia del rey albañil e ilustrado. Fue Carlos III quien, precisamente, para combatir desde el relato científico las infamias de los protestantes vertidas contra la presencia española en la América del imperio, mandó levantar el Archivo de Indias. Ese es el gran taller donde España quiso poner a punto el motor de nuestra acomplejada historia y quitarle los golpes a la carrocería de nuestro prestigio a base de producción intelectual basada en la rigurosa documentación americana. Que luego tuvieran o no mayor fortuna sus textos es otra cosa.

Pues a esa glorieta que hay frente al Archivo de Indias le van a dar el nombre de un gran americanista. El nombre de un intelectual con el que me he parado muchas veces en el Archivo a saludarle con la veneración y el respeto debido a los grandes maestros. No le hacía la ola por pura decencia estética. Pero a Luis Navarro habría que recibirlo con un collar de flores al cuello, como se hacía en los mares del Sur con los visitantes ilustres. A la antigua glorieta de la Lonja, para nada reflejada en membretes oficiales ni en el rotulario urbano, pronto habrá que hacerla nuestra con el nombre del que mejor y con más ciencia se manejó entre los papeles de Cuba y de la Nueva España, convirtiendo su carrera en un ejemplo a seguir por su docencia e investigación exhaustiva. Alguna vez, su hijo Carlos, me dijo que en la biblioteca de su casa hacían migas Alejandro y Cortés, Salustio y Gálvez, César y Artigas, el calendario azteca y el juliano. De esa hermandad de tiempos remotos pero cimeros para entendernos como lo que hoy somos y no debemos dejar de ser, nació un catedrático que cuando regresaba a casa seguía estando en la universidad: su señora esposa, María del Pópulo Antolín, es una especialista en Lenguas Clásicas a la que los antiguos alumnos la paran por la calle para recordar los viejos y buenos tiempos. Y uno de sus hijos es catedrático de Latín en Huelva.

Hablando con Adolfo González, americanista de su cátedra, antiguo diputado popular hoy felizmente retirado del fragor de la bulla para solaz de su perspectiva vital, me recordaba cómo Luis Navarro hizo de sus clases en la cátedra una especie de ejercicio clínico de las materias. Por ejemplo, alguien ponía sobre la mesa de estudios los latifundios en Nueva España. Ese alguien desarrollaba el tema. Y el resto participaba, posteriormente, con críticas, sumas, restas o quebrados hasta completar un corpus final que llevaba un poco de todos los discípulos del maestro. En aquella cátedra, si mal no recuerdo, figuraban historiadores como el mentado Adolfo, Julián Rivera, Cristina García Bernal, Ángeles Eugenio, Carmen Borrego, María Luisa Laviana, Antonio Gutiérrez y Carmen Mena. Gracias a Dios Luis Navarro jamás se fue a Madrid. Porque sigue creyendo a pie juntillas que Sevilla es la capital de la América hispana, con palacio real en el Archivo de Indias y un tesoro más rico que el de la barriga terrenal de Zacatecas en la documentación que guarda. La auténtica Casa de la Moneda de la investigación americanista. La próxima vez que queden en los jardines del Archivo sepan que es la glorieta de Luis Navarro. Una de esas excelencias locales que nos hacen mejores, más sabios y nos enseñan a ser más humildes.

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