Fútbol post Lineker

El delantero inglés quiso aplaudir a Maradona en México, entonces no importaba el juego sin balón

Alberto García Reyes

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El fútbol es la radiografía del mundo. Unas veces gana el poder y otras el talento. Casi nunca el romanticismo. Este deporte nos ha mostrado a Maradona ganando la guerra de las Malvinas a Inglaterra en el Mundial de México 86 después de regatearse a Hoddle, Reid, Sansom, Butcher y Fenwick para marcarle el mejor gol de la Historia a Shilton. Y también nos ha enseñado al dios argentino en el Mundial de Rusia hundido en las profundidades del vodka y de lo que sea. La baranda del palco en la que se apoyó para ver a Messi tenía un sospechoso cerco blanquecino que sólo permite pensar dos cosas: o Diego Armando se había hartado de freír pijotas, o yo qué sé. Todo y nada en un mismo cuerpo. Gary Lineker, que estaba en el césped la tarde del golazo, tuvo la tentación de aplaudirle allí mismo a pesar de que esa jugada lo echaba del campeonato. Pero el delantero se cohibió porque había empezado a comprender que su famoso aforismo se diluía: «El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once, y siempre gana Alemania».

La perfecta máquina europea, símbolo del vigor nórdico y de la fría autoridad del músculo sobre el malabarismo, ha caído, como Maradona, cegada por su propia soberbia. Porque el fútbol es el más desarrollado de todos los avances de la Humanidad. No hay mejor ideología que la del balón: pesa para todos los mismo, rueda por igual, pero no todos pueden tratarlo con exquisitez. Para lograrlo hay dos caminos: la aptitud y la actitud. Messi ha alcanzado el cenit a partir de unas condiciones naturales sobrehumanas para jugar con exactitud a una velocidad impercetible por el ojo. Partiendo de esa virtud, ha trabajado con disciplina para mantenerse en la cumbre. Cristiano Ronaldo, sin embargo, ha llegado a la cima a partir de una capacidad de sacrificio estragante que le ha permitido, poco a poco, llevarse cada vez mejor con la pelota. Las dos formas son igual de válidas. La victoria puede aparecer por el camino de la fortaleza alemana o por el de la coreografía mexicana. Si todos tienen las mismas oportunidades de prepararse física y tácticamente, las diferencias las marca exclusivamente la calidad. Y entonces Alemania deja de ser el muro invencible que fue, a Italia ya no le sirve el catenaccio, a Brasil no le basta con las filigranas, Argentina no tiene suficiente con rezarle a su astro y España pasa a tocar el balón para donde no está la portería. La globalización iguala. Este Mundial lo está demostrando: Irán, cuyo portero se ganaba la vida como pastor unos meses antes de llegar al Campeonato, casi elimina a Portugal; o Islandia, donde no hay habitantes suficientes para convocar a 23, puso en quiebra a los argentinos. Cualquiera puede ganar a cualquiera. Y eso nos lleva a una conclusión inquietante: en el fútbol de hoy, ¿qué sería de un tal Diego Armando? Los hechos demuestran que ahora los genios no pueden destacar como antes y eso convierte a este deporte en más bello aún. Porque se ha refutado la teoría de Lineker: Alemania ha perdido y a Maradona es imposible aplaudirle porque en el fútbol moderno es impensable un ídolo que no sepa jugar sin balón.

ALBERTO GARCÍA REYES

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