PERFIL DEL AIRE

Flamenco en la universidad

Arrinconar el flamenco es un craso error

Francisco Robles

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El flamenco en la universidad es una redundancia, porque el flamenco es universal desde la raíz de la que nace: el dolor del ser humano ante la muerte, que solo puede salvar el amor. El flamenco está compuesto por las tres heridas que llagaron a Miguel Hernández para ser poeta: el amor, la vida y la muerte. Por eso cae en el agujero descosido del tópico quien lo identifica con la antigualla de un folklore para iletrados, porque el machadiano cante hondo es justo lo contrario, o sea, la aristocracia de lo popular que renace continuamente. Porque el cante, como la vida, siempre está por hacer.

Ayer volvió a entrar el flamenco auténtico, pura esencia del grito, en la Universidad de Sevilla con motivo de la Bienal que atrae a los espíritus que buscan esta catarsis. Vienen desde el lejano Japón donde nace la luz que nos alimenta, o desde los Estados Unidos que lo absorben con la esponja del melting pot. Allí, el director de la Bienal se metió en las sombras que nos dejó el siglo XIX para llegar a la Edad Media de los romances fronterizos, o para hundirnos en el naufragio de la Ilustración que llevó a Fernando VI a proclamar la prisión general contra los gitanos. Antonio Zoido recordó el eco que persiste en las coplas que recuerdan el levantamiento y la ejecución de Riego, aquel militar que se levantó contra el absolutismo de Fernando VII. Y todo ese caudal histórico cogió cuerpo en la voz de un cantaor que ya está haciendo historia: José Valencia.

El metal de José Valencia es un huracán sonoro que nace en el subsuelo de Lebrija. Allí vio la luz del entendimiento el padre de la Gramática que nos sirve para caminar por el laberinto de la sintaxis. Hace más de medio milenio, cuando Castilla buscaba el perfil de las Indias, Elio Antonio de Nebrija encontró y descifró la estructura que sostiene la lengua castellana. Un renacentista de ley. Su paisano se encargó de provocar ese renacer del flamenco a través de las tonás primitivas o de los romances antiguos que provocarían el asombro de Menéndez Pidal. Cultura de la sangre, como la vio Lorca, en esa voz de Valencia que arrastra los sedimentos como un río que nunca desemboca. El estremecimiento provoca un calambrazo que recorre el cuerpo y que toca los timbres del alma. Escúchenlo y comprobarán que le hacemos un favor.

Arrinconar el flamenco en el concepto bajuno que tenían de él los ilustrados del 98 es un craso error. Noel o Baroja no se enteraron de nada. En las entrañas de esta forma de ver y de cantar el mundo está la identidad que trasciende las fronteras del nacionalismo. En la sencillez de sus letras habita la poesía que le sirvió a Bécquer para abrir las puertas de la modernidad. Llevar el flamenco a la universidad es lo mismo que dar una clase sobre la magia de Velázquez, querido Luis Méndez. Lo de ayer se quedará grabado en el aire de un paraninfo que sintió la fuerza telúrica de la Verdad, que se escribe con la uve nebrijana de Valencia. Identidad sin fronteras es igual a flamenco en la universidad. Pura historia viva.

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