TRAMPANTOJOS

Elogio triste del Guadalquivir

Otra vez las orillas sucias por el olvido de todos los veranos. ¿Es posible que este muladar esconda un paisaje histórico?

Cucaña en el rio Guadalquivir por la Velá de Santa Ana Vanessa Gómez
Eva Díaz Pérez

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Qué desolador es un paseo por las riberas del Guadalquivir. Baja el soplo de marea y huele a océano, a brisa de vela larga que llega desde Cádiz, pero es sólo un espejismo. No hay más que mirar las orillas del río para descubrir el muladar que se enreda en los cañaverales. Hay botellas que flotan con la respiración del río, albures muertos, plásticos de caprichosas formas, ratas felices y hasta ramos de flores que alguien lanzó en homenajes luctuosos de cenizas y memoria.

Ahora que se celebra la Velá de Triana asombra que alguien quiera asomarse al río. Resbalan los acróbatas de la cucaña y estremece pensar en el fondo de cieno del viejo Betis. Por el agua pasan veloces los remeros sospechando de la basura que se acumula en los márgenes entre hermosos matorrales. Parece que la ciudad siempre escondiera algo perverso en sus contrapostales.

Uno es el paseo real por el Guadalquivir del presente y otro el que escondemos en nuestro imaginario. Paseemos cernudianamente entre la realidad y el deseo. Por el Alamillo, en el bosque fluvial que corre paralelo, está el recuerdo a Bécquer y la tumba sin difunto. Allí quiso el poeta que lo enterraran, en el camino frente al monasterio de San Jerónimo. Hoy hay una cruz blanca que ni siquiera advierten los ciclistas, corredores y paseantes.

Al otro lado se sigue el curso del río histórico. A la altura de la Cartuja debería sonar la campana de espantalbures frente a los arrabales de la Cestería y de los Humeros, así llamado porque allí se ahumaban los peces.

Refugiémonos en el Guadalquivir de los poetas ya que la fotografía del presente es un basural. Fue en este río sucio y olvidado donde hace más de un siglo remontaron unos delfines. Fue el día en el que se conocieron los padres de los Machado. Antonio creyó haber soñado con esa tarde de sol en la orilla del río color de aceite antiguo.

Caen las largas tardes de sol y recordamos los versos de Fernando de Herrera: «Vivirá de Vandalio la porfía,/ la aquejada pasión y el puro canto/ que murmurando Betis hondo oía». Y el poeta Juan de Arguijo pagó aquí unas naumaquias para celebrar la visita de la esposa del duque de Lerma, valido de Felipe III. Pobre Arguijo que quedó arruinado tras el hermoso espectáculo.

Están sucios los márgenes del Guadalquivir olvidado de todos los veranos. ¿Quién podría imaginar que aquí estuvo el compás de las naos de la Carrera de Indias y los galeones de la China? ¿Es posible que este río sea el lugar arcádico que cantara Gutierre de Cetina? «Betis, río famoso, amado padre...».

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