ECONOMISTA EN EL TEJADO

Economía cruel

En los asuntos de refugiados las fronteras son europeas, que es tanto como decir que hay que pagar entre todos

El Aquarius a su llegada al puerto de Valencia repleto de inmigrantes ROBER SOLSONA
Manuel Ángel Martín

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A la economía como ciencia («economics») se la tacha de muchas cosas y la más famosa es de «lúgubre» por aquello de tratar de escaseces, de costes o de crisis, y a la economía como realidad («economy») se la pretende siempre modificable dentro del mejor espíritu voluntarista: podemos, y si no podemos es por culpa del capitalismo y del patriarcado, dos sistemas malvados que hay que desmontar. La economía resulta, además, la culpable de una de las lacras habituales de la humanidad como resulta ser la desigualdad, de la que se declaran inocentes las diferencias naturales, las sociales o las políticas. Se constata que el desarrollo es desigualitario porque por algún sitio tiene que empezar, y remito a las políticas al respecto que crean polígonos, polos de desarrollo, «parques científicos» y otras concentraciones en las que Andalucía tiene abundante experiencia. Si bien se mira, la loable actitud del gobierno Sánchez con los migrantes o refugiados embarcados en el «Aquarius» introduce un principio de desigualdad respecto a otras víctimas de catástrofes humanitarias, al menos hasta que se consiga extender el tratamiento a la mayoría de los afectados. Este gobierno, aún por catar, va matizado sus declaraciones «programáticas» convirtiéndolas en «pragmáticas» en todos los terrenos donde colisiona con las restricciones económicas. La anunciada derogación de la reforma laboral se convertirá en parcial o de retoques porque revocarla pondría en peligro la creación de empleo y la confianza de los mercados que quiere conservar la ministra de Economía. Por elevación o patada hacia adelante se propone la elaboración de un nuevo Estatuto de los Trabajadores, como para superar los inmediatos problemas del separatismo y de la financiación autonómica se sugieren reformas constitucionales hacia una estructura federal que no sabemos bien en qué se diferencia de la actual. El Ministerio de Transición Ecológica recupera ese sustantivo glorioso aunque vituperado («Transición») que debería incluirse en el nombre de todos estos ministerios «transicionales» que no saben bien a dónde pueden ir con los recursos políticos (escaños) y económicos de que disponen. Sin embargo, y en mi opinión, es en energía donde los objetivos europeos son más accesibles, aunque el peligro de otro tsunami regulatorio sea mayor.

En los asuntos de refugiados salió el sensato Borrell con la evidencia archisabida de que las fronteras son europeas, que es tanto como decir que hay que pagar entre todos, y nadie tiene claro cómo reaccionarán los veintiocho ante las aperturas humanitarias, porque la tendencia es que las medidas frente a la entrada de personas son cada vez más restrictivas. La Europa de las dos guerras civiles en el siglo XX tiene enorme experiencia en movimientos poblacionales, y sabe que en el XXI será multicultural. Lo que no sabe es a qué precio y quiénes lo van a pagar. Una incógnita cruel.

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