Dichoso sol

Querría poder decirte que fue un día esplendoroso, pero se hacía raro contemplar a la Virgen sin rayos caldeando

Javier Rubio

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Quisiera poder llevarte el aroma fragante a nardos, altísimas las varas, en las cuatro esquinas del paso. Quisiera llevarte el frescor de la mañana, con el cielo nublado y gris sin atreverse a despejar como si quisiera superponer al palio de tumbilla otro del mismo color pero más alto, allá donde la llevaron los ángeles. Quisiera poder describir el viento del Nordeste que tenía al Giraldillo con la panza asomando a Palacio, tan raro en esta época del año. Quisiera con estas palabras trasladarte a la esquina de la punta del Diamante donde tantos años la viste cuando tenías Consuelo para los dolores que no te dejan ya cruzar el río. Quisiera poder describirte con palabras los olores de mañana grande, los aplausos entusiastas cada vez que el cornetín de órdenes mandaba a la tropa del Regimiento de Artillería Antiaérea 74, las caras conocidas siempre puntuales en el mismo sitio año tras año sumando muchos trienios de sevillanía, las marchas procesionales pisándose con la escolanía, el sabor a pueblo y a vacaciones interrumpidas para intercambiar un saludo, bisbisear unas oraciones y volver por donde se vino. Quisiera que todo eso estuviera en este artículo que hoy te dedico para que tengas algo más que las fotos del manto de los castillos en la pantalla.

Querría poder decirte que el sol bañó el oro de los bordados y que el rostro de la Madre y su Hijo resplandecieron con el fulgor de los rayos por delante del triunfo de la plaza del mismo nombre, allí donde aguardaban cinco bisnietos, uno por cada dedo de las manos cansadas. Pero el sol asomó tímido, retraído y frío como el ambiente, cuando el paso ya había entrado en la sombra del convento de la Encarnación y luego las nubes volvieron a celarlo. Querría poder decirte que la procesión se lució si no fuera por tanta gente como va dentro sin pintar nada. Querría poder decirte que habían retirado los andamios de la cara sur de la Giralda y las lonas de la restauración de la fachada de la Capilla Real, pero allí seguían para arruinar las fotos. Querría haberte acompañado como tantas veces. Querría poder decirte que fue un día esplendoroso, pero se hacía raro contemplar a la Virgen, que pide fulgores y sol despuntando tras noche de insomnio, sin más calor que el del corazón de sus devotos.

Madrugué y vine de lejos, atravesé una niebla espesa y profunda como la de una mañana invernal de Galicia que me dejó sin el prodigio de la alborada, amanecí en la ciudad con frío en el rostro ayuno de rezos y de panes, llegué tan cerca donde me dejaron, pero todo lo doy por bien empleado si con estas líneas levanta la niebla de tus achaques y te alumbra por un instante la dicha con estos rayos como renglones. Por la Madre, los reyes reinan. Por la madre, los hijos intentan que salga el sol en sus columnas.

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