Centro de gravedad

La gestión (?) de este Gobierno se ha convertido en un desmadre manifiesto. Ayer legalizó la prostitución sin saberlo

Ignacio Camacho

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«Busco un centro de gravedad permanente /

que no varíe lo que ahora pienso»

(Franco Battiato)

Antes de comentar cualquier decisión u ocurrencia de este Gobierno, los columnistas deberíamos, como sugiere Gistau, darle un poco de tiempo para que las madure y se ponga de acuerdo... consigo mismo, que como enseñó Séneca es el secreto de la armonía del espíritu y la base del conocimiento. La glosa de este Gabinete se está convirtiendo en un ejercicio de riesgo porque ha tomado la costumbre de cambiar de criterio a tal velocidad que cualquier opinión vertida sobre sus proyectos o acciones se queda enseguida en fuera de juego. Ayer batió un récord al autorizar sin saberlo la inscripción registral de un autodenominado Sindicato de Trabajadoras del Sexo, evidente subterfugio que legalizaba la prostitución de hecho y de derecho. Magdalena Valerio, que no es la peor ministra ni de lejos, se enteró por la prensa de lo que había sucedido en su propio departamento. Tuvo el gesto honorable de admitirlo sin echarle la culpa al maestro armero, pero su sincera y contrita sorpresa no mengua la sensación palmaria y generalizada de desmadre manifiesto. El Consejo de Ministras y Ministros ha transformado la administración del país en un pentimento, esa autocorrección de los pintores que acaba dejando huellas en el lienzo. Le ha cogido tal afición a la técnica de la enmienda que la gente empieza a tomarse el asunto a cachondeo. El día que no varía de idea comete algún error de procedimiento. Para gobernar no es imprescindible, aunque sí conveniente, venir aprendido de casa ni ser un experto pero al menos cabría esperar de gente tan arrogante un cierto rigor técnico.

El problema de la gestión (?) sanchista no es que le falte un centro de gravedad, lo que parece claro, sino que no hay siquiera indicios de que lo esté buscando. Por un lado, la geometría inestable de sus apoyos parlamentarios le obliga a dar continuos bandazos. Por otra parte, llegó al poder sin más programa que el de ocuparlo y lo utiliza para hacer propaganda con gestos y clichés ideológicos que expresen su voluntad de cambio, pero lo que le sale es un conjunto de propuestas deshilvanadas, ideas sin madurar y tumbos improvisados. Un postureo de saldo al que se le transparenta el cartón al primer vistazo. Lo único que ha hecho con contundencia, hasta ahora, es un desacomplejado y exhaustivo reparto de cargos. El resto son guiños de progresismo retroactivo, como la idea de desenterrar a Franco, y poses mal compuestas con meros objetivos publicitarios. Más que de la típica inexperiencia del novato se trata de una falta de rumbo político que produce un efecto contradictorio, vacilante y errático. El modelo opuesto de lo que se supone que debería ser un liderazgo.

Lo del sindicato de putas ha sido hilarante pero del jolgorio al ridículo sólo hay un paso.

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