La cárcel

«Hay algo que no olvidarás nunca: el ruido de las puertas de barrotes al cerrarse»

Un funcionario vigila las instalaciones de una cárcel sevillana ABC
Antonio García Barbeito

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Tiene que ser muy duro vivir como preso la cárcel. Yo la he vivido como visitante y ya me impresionó, me resultó horrible. Recuerdo lo que me dijo el padre Leonardo pocos días antes de la visita: «Hay algo que no olvidarás nunca: el ruido de las puertas de barrotes al cerrarse.» Jamás lo he olvidado. Son golpes secos, metálicos, fríos, cuasi golpes de castigo. Ese ruido es la onomatopeya de la prisión. Mi padre, que estuvo once meses prisionero en la zona roja, tras bajar de la muela de Teruel con la plaza entregada por el obispo turolense y el capitán Rey, nunca quiso darnos detalles de tiempo de prisionero. Contaba aquel tiempo como una película en la que no había heridos, ni muertos, ni hambre canina, ni necesidad básica, ni malos tratos… Cuando vi la película La vaquilla me acordé de los relatos de mi padre, que movían más a la sonrisa que a la pena. Pero sé que mi padre, como todos los que estaban de prisioneros con él, lo pasó muy mal. Hambre, frío, abandono. Vino de la guerra con el estómago hecho polvo, y no fue por la exquisitez de la comida. No quiero ni pensar en lo que tendría que haber comido algunas veces, con tal de matar el hambre. La cárcel, el campo de concentración, la soga que no te deja libre. Cerca de mi padre —y mi padre mismo— habría hombres que bien pudieron gritar con Hernández: «…Un hombre que ha soñado con las aguas del mar, / y destroza sus alas como un rayo amarrado, / y estremece las rejas, y se clava los dientes / en los dientes del trueno…» Era la España encarcelada por otra España, como ocurría en el otro bando.

La cárcel es dura, tiene que marcar mucho. Y si marcará más cuando te encierran por haber gritado libertad, por pedir justicia, pan, por defender a tu familia, no deja de doler por un delito de sangre, económico, de estafa, de malversación de fondos, de falsedad documental, de haber estado cerca del delito y no haber hecho nada por evitarlo. Las cárceles son duras, para el que ha aprovechado su cargo en el banco y para el que ha matado por un ajuste de cuentas por droga; para quien se fue a los cuchillos y mató pasionalmente, y para quien entró a robar a algún sitio y acabó matando. La cárcel tiene que ser muy dura, para el noble y para el chorizo de poca monta. Y debe de ser más duro sentirse un preso «distinto» y tener que convivir con gente que el «distinto» considera rehús social, de la prostitución, el tráfico de droga en barriadas infames, el navajeo por un reloj o un móvil. Todos los presos sabrán, con más o menos intensidad y reciban el trato que reciban, que la cárcel es terrible. Un día de cárcel ya es el infierno.

antoniogbarbeito@gmail.com

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