Cadáveres en el armario

Pepe Guirao tiene en la estación del AVE de Cercadilla su cadáver más emblemático

El ministro de Cultura y Deportes, José Guirao , firma en el libro del archivo de Indias de Sevilla EFE/J. Manuel Vidal
Felix Machuca

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A determinada edad, sin necesidad de entrar en detalles cronológicos por pura cortesía, si un político no tiene en su armario un cadáver de tronío, de esos que suponen un borrón grosero en un expediente más o menos llevadero, puede significar dos cosas. Una, que dicho político se equivocó de carrera, estando por ética y estética mucho más cerca del santoral que de las páginas del BOE. Y la otra que su puesto en la escala de mandos fuera tan insustancial como para que, en su armario, solo cupieran chaquetas de diferentes colores, para usarlas según la tendencia cromática vigente en su partido en un momento determinado. No es el caso del nuevo y flamante ministro de Cultura, Pepe Guirao (Pepe Grillao para algunos científicos del mundo terroso y subterráneo de la arqueología), que en su armario tiene un magnífico y oloroso cadáver. Uno de esos de esos que se perdían en los relatos de espionaje internacional de Le Carré y que, gracias a su resuelta carpintería narrativa, solía aparecer en las últimas páginas del libro. El fiambre de Pepe Guirao, en cambio, apareció bien pronto. Por culpa del 92. Por culpa de las obras del Ave. ¿Ave o César?, se pregunta más de un cachondo historiador cuando rememora la catástrofe de Cercadilla, estación cordobesa donde se perpetró el crimen cuyo cadáver tiene Guirao en su armario.

En esa estación cordobesa del AVE, se ubicaban los restos de un magnífico edificio bajoimperial, al parecer obra del emperador Maximiano Hercúleo, un serbio de Panonia más bruto que un arado, pero excelente militar, que se las tuvo tiesas con las tribus galas y germanas de finales del siglo tercero, cuya insurrección era recurrente y desalentadora. Para algunos científicos, ese palacio fue la sede logística y política de los altos funcionarios béticos encargados de dar respuesta in situ a las rebeliones de los mauri del Norte de África. Para otros, la sede imperial de aquel emperador de tan obtusa formación cultural que, pese a su talento militar, no conocía, según sus panegiristas, quién fue Aníbal. Para el caso es lo mismo. Sea lo que fuere aquel inmenso edificio la realidad es que su valor arqueológico estaba fuera de cualquier debate o discusión científica. Pepe Guirao estaba por entonces al frente de los destinos de la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta. Cargo que ocupó con dos consejeros: Torres Vela y Suárez Japón. Pese a que la estación de Cercadilla podría haberse levantado perfectamente en la llamada estación de El Brillante, las fuerzas activas de la política se empeñaron en lo contrario y el palacio de Maximiano Hercúleo fuera reducido a polvo de mármol y ladrillo. Eso sí, con la colaboración directa de presiones municipales, autonómicas y del propio Pepe Borrell, por entonces ministro de Obras Públicas empeñado en que los arqueólogos corrieran en sus excavaciones más que el propio AVE camino de Madrid. También a algunos arqueólogos les comió la lengua el gato o el león.

Para un ministro de Cultura, un cadáver del tamaño del que les hablo, podría invalidarlo para un cargo donde, precisamente, se vela y persevera por la Cultura. Es como si al frente de Agricultura colocamos a un pirómano de bosques. O al mando de Interior al primo de Otegui. Pero tampoco es mentira que, tiempo después, el expediente de Guirao comenzó a corregir su trayectoria. Para situarse en un terreno tan equilibrado como efectivo. En nuestra comunidad hay que reconocerle y premiarle su apuesta por el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Y en Madrid, incluso los menos partidarios le reconocen su trabajo al frente del Reina Sofía, donde mandó con el beneplácito de los suyos o el de los populares. Lástima que en Cercadilla cometiera aquel crimen. Que hoy, en cualquier consejo de ministros, podrá rememorar con el señor Borrell, que tanta prisa metió con un imponente edificio palaciego. Por las que hilan hubiese hecho lo mismo en Tarraco…

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